Gris

Por: Adrián Giorgio (Estudiante de Letras Modernas, UNC)

Si todo es según el cristal que se mira, hay cristales que nos transforman la vida, que nos someten a la tiranía de la falta de colores. Una metáfora tan cruel como real.


Amaneció y el armario era gris. Anodino lo prefería manteca con guardas azules, como antes, pero el gris combinaba con sus zapatos y su traje. Está bien, era sólo un armario. Se despidió de su esposa, Sosa, y partió a la oficina. Tic Tac Tic Tac. Doce horas de trabajo y vuelta a casa. Ahora la mesa y las sillas, de caoba intenso, eran grises. También los cojines beige con dibujos arábigos en bordo. Bue, mejor así, la madera ya se encontraba ajada, pensó. Ese día durmió sus cinco horitas y a la mañana siguiente encontró el sofá tinto, las cortinas ambarinas y los dos jarrones pardos, todos, grises. El tapizado del sofá estaba manchado, las cortinas se habían desteñido con los otoños y los jarrones jamás le gustaron, así que el cambio venía bien. Se marchó a la compañía de seguros donde trabajaba. Colectivo, cubículo, papeles, jefe, café, más papeles, computadora, más café, otra pila de papeles, Excel y Word, jefe, y vuelta a casa. ¡Descubrió ahora toda la cocina gris! Frunció el ceño. Jamás había imaginado sus muebles de ese color, aunque debía admitir que era elegante. Además, conservar el blanco de la cocina era muy difícil. Sosa siempre renegaba con las mugrosas baldosas. Apenas él apoyó la cabeza en la almohada lo venció el sueño. Esa madrugada el gris avanzó velozmente y tomó también el baño. Anodino le preguntó a su mujer si no le molestaba. No sé, me da lo mismo, respondió ella ¿A vos? Él esbozó una mueca. Supongo. Pero eso no terminó ahí. Después fue la habitación de los niños, el living, su dormitorio, por último el garaje. Che, ¿somos los únicos grises en la cuadra? increpó un día a Sosa. No, no. Sé que la familia de la esquina tiene el mismo problema, es más, me dijeron que es muy común esto. Él suspiró aliviado. Ah bue, me quedo tranquilo, murmuró. Los días transcurrieron y el gris se esparció y se apoderó de las cosas vivas. Los pececitos multicolores: grises. Las rosas, jazmines, lilas y demás florecillas del jardín: grises. Incluso Fofo, el perro chocolate, cayó gris. Cuando el horizonte se tiñó del mismo color, Anodino contempló el sol (gris, por supuesto) y se encogió de hombros: está bien, es común. Aunque extrañaba un poco los colores de su casa, ya ni recordaba cómo era, ¿azul era el armario?
Claudio Minoldo

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