
Un hecho doloroso como es la pérdida de un ser querido en un accidente de tránsito dispara el siguiente relato de ficción y una reflexión sobre las consecuencias que trae aparejada la imprudencia al volante.
El hombre 1 dejó el revólver sobre la mesa y se echó hacia atrás. “El tiempo corre” dijo y se cruzó de brazos. El hombre 2 lo examinó: su rostro no acusaba nerviosismo ni muchísimo menos demencia, pero cómo calificar sino aquello. Él podía tomar el arma y dispararle. Nadie jamás lo sabría: la estancia se hallaba a kilómetros del pueblo más cercano, su grito (si es que gritaba) moriría ahogado en la soledad del campo. Aunque eso el hombre 1 ya lo sabía, porque él había conducido hasta la propiedad del hombre 2. Este tendió la mano, tentado, hacia el arma pero la alejó rápidamente. “No entiendo, ¿qué se propone?” inquirió receloso. El otro se encogió de hombros. “No está cargada, ¿no es cierto?”. El hombre 1 se aproximó, descorrió el tambor y extrajo una bala. Después mostró que había cinco más en su interior y volvió a colocar la que había sacado. “Seis balas, creo que alcanza ¿no?” dijo y depositó nuevamente el 38 sobre la mesa. “Tiene cinco minutos” informó y se dirigió a la mesada, donde agarró la cafetera. “¿Le molesta? Me encanta el café” comentó y sin aguardar respuesta se sirvió un poco en la taza. El hombre 2 lo miraba extrañado. No daba crédito a lo que estaba sucediendo. Hacía casi diez años aproximadamente que no se cruzaba con él (la última vez fue en el juzgado) y ahora, repentinamente, aparecía allí. “No quiero hacerlo” exclamó el hombre 2. El otro río. “Y yo tampoco quería que mi hijo muriera. Pero sucedió”. El hombre 2 se reincorporó, la ansiedad le impedía seguir en su asiento. “Mire, yo no lo hice. La testigo declaró que no se trataba de mi vehículo”. El hombre 1 se rascaba el codo, el asunto poco le interesaba. “Señor, no pretenda convencerme. Yo sé muy bien que sobornó a esa pobre mujer. Le ofreció comprarle una heladera, un lavarropas y quién sabe qué más, si ella se callaba. Lo sé porque descubrí los electrodomésticos nuevitos en el rancho inmundo donde vivía. De todos modos no vine hasta aquí por una confesión. Sinceramente lo que usted diga, me resbala”. El hombre 2 tragó saliva; la parsimonia con que se manejaba el hombre 1 lo inquietaba. “Bien, ya que usted es franco conmigo yo lo seré con usted. Considero que nos lo merecemos. Sí, yo soy el culpable pero, debe creerme, fue un accidente. ¿Entiende? Un accidente. Había neblina y estaba todavía oscuro. Apenas distinguía la punta de la chata. Cuando vi la bicicleta ya era demasiado tarde. Yo jamás quise”. El hombre 1 agregó azúcar a su café y lo revolvió; la cucharita raspando la porcelana fue el único sonido que se percibió por un instante. “Aquí no se trata de intenciones, sino de hechos. Usted atropelló a mi hijo y lo dejó abandonado en la ruta, y eso… eso es un hecho. Como también es un hecho que hoy uno de los dos morirá. Usted decide quién”. El hombre 2 se acarició las sienes, tenía las palmas de sus manos transpiradas. “Oiga, lo siento, sí. Si pudiera revivirlo lo haría. Pero no puedo. Aunque no es necesario llegar a semejantes extremos. Debe olvidarlo”. El hombre 1 esbozó una amarga sonrisa. “Lo dice porque no era su hijo. Usted no tiene grabada su carita cuando partió aquella mañana para el trabajo. Usted no tiene la pena que le anuda la garganta y le impide respirar. Usted no se quedó con un Te quiero en la lengua”. “¿Y cree que de este modo él hallara paz?”. El hombre 1 se arrimó a la ventana, tenía la mirada perdida en el horizonte. “Yo jamás hablé de SU paz”. Volteó. “A todo esto. Le queda un minuto”. El hombre 2 sudaba increíblemente; sabía muy bien que si él no disparaba, lo haría su visitante (en sus ojos leía la determinación suficiente para hacerlo). El hombre 1 terminó su café. “Es la hora” anunció y se acercó. El hombre 2, temeroso de que tome el revólver, lo agarró él primero. “Aléjese. Si da un paso más, lo mató”. El otro estalló en carcajadas. “Acaso todavía no entiende que la muerte ya no es una amenaza para mí”. “Aléjese” vociferó el hombre 2. “Piensa matarme. Hágalo, por favor. Lo ansío” dijo y avanzó. Entonces el hombre 2, asustado, disparó.
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