Inteligencia emocional en el adulto mayor

Por: Andrés Carrillo (Director y Propietario del Geriátrico Privado Nuestro Lugar. Médico).

Avances y desafíos para un enfoque integral
La sección Población del Departamento de asuntos económico – sociales de las Naciones Unidas publicó una actualización de los cálculos y proyecciones en materia demográfica. En el capítulo dedicado al aumento del número de personas ancianas, destaca, entre otras cosas, que los 70 millones de personas de más de ochenta años de edad, presentes hoy en el mundo, van a aumentar hasta 370 millones en el año 2050, cuando se contarán entre ellos 2,2 millones de centenarios. Las expectativas de más años de vida de la población en muchos países han ido aumentando desde hace tiempo; Argentina también se encuentra en esta situación, y como los índices de natalidad siguen orden inverso ocurre que somos uno de los países de América Latina con mayor índice de envejecimiento. El aumento de la expectativa de vida ha llevado a que el número promedio de años en la etapa poslaboral de su población sea de igual extensión al del período formativo y educativo prelaboral: es decir, el período posjubilación es de similar duración al tiempo que la persona ocupa en su juventud para formarse antes de entrar a trabajar . Esta realidad del crecimiento constante del número de ancianos y la disminución del número de jóvenes y niños ya viene alarmando desde hace tiempo a los estudiosos. La pirámide de las edades se encuentra completamente invertida en varios países del mundo. Quizá esta sea una de las razones por la cual, desde hace unos años, se van realizando numerosos estudios interdisciplinarios dedicados a la ancianidad. La preocupación por los ancianos y su estilo de vida en la sociedad cambiante de nuestros días, es preocupación de instituciones gubernamentales, ONG, Universidades, y de grupos privados de distintas orientaciones.

Adulto mayor y autoestima
Muchos adultos mayores llegan a la edad de la jubilación y se sienten todavía en plenitud para la realización de sus trabajos. Frecuentemente nos encontramos con personas de edad avanzada que están plenamente en forma, totalmente vigentes, lúcidas, llenas de iniciativas y planes de trabajo. Muchos hombres y mujeres científicos, literatos, escritores, investigadores, políticos, hombres de campo, mujeres amas de casa, etc., aunque ven disminuidas sus potencialidades físicas al llegar a la vejez, sienten sin embargo que su mente sigue lúcida y sus ganas de hacer buenas cosas permanecen inalteradas. A pesar de que ellos se ven así de bien, la sociedad les dice por medio de la jubilación o de otras señales, que ya deben dejar el puesto a gente más joven y nueva, y que deben retirarse. En una palabra, es como si se les dijera: ‘señor, señora, prescindimos de usted’.
Una de las primeras necesidades de todo ser humano es la de sentirse aceptado, querido, acogido, perteneciente a algo y a alguien, sentimientos estos en los que se basa la autoestima. La autoestima consiste en saberse capaz, sentirse útil, considerarse digno.
Por lo tanto, no puede haber autoestima si el individuo percibe que los demás prescinden de él. Un adecuado nivel de autoestima es garantía de que el sujeto podrá hacer frente con dignidad a importantes contrariedades de la vida y que no decaerá su ánimo fácilmente.
La autoestima es un todo muy complejo. Todo el valor afectivo – emotivo que ella encierra no se limita sólo a efectos anímicos (lo que ya es bastante importante) sino que proyecta sus múltiples consecuencias también hacia lo físico y somático. Estudios modernos prueban que el enfermo se recupera mejor si, además de los cuidados médicos y fármacos, cuenta también con toda esa red de arropamiento acogedor que representa la mano tierna y cariñosa dispuesta a brindarle un amor incondicional. No sólo el enfermo se recupera mejor cuando es atendido con amor sino que, a causa del amor, una persona puede permanecer más inmune a la enfermedad que aquella otra carente de esta experiencia amorosa. Está demostrado, por ejemplo, que las personas con más y mejores lazos familiares padecen menos enfermedades que las que carecen de ellos.

Inteligencia emocional y autoestima
Los nuevos estudios indican que las emociones positivas y negativas influyen en la salud más de lo que se suponía hace unos cuantos años, y que si no tenemos un desa-rrollo afectivo óptimo no se desa-rrolla la inteligencia; así es que hay una relación directa entre el afecto y el desarrollo cerebral, intelectual. La inteligencia depende de la vida de la niñez, cuando se va estructurando la persona. Es fundamental volver a valorizar el afecto.
El periodista Daniel Goleman ha tenido el acierto de lograr llamar la atención sobre la importancia del tema emocional mediante la publicación de su conocido libro La inteligencia emocional. Mediante este best seller ha sacado el tema del estricto ámbito académico y lo ha llevado a la comprensión de la gente de la calle. Hoy sabemos que la inteligencia es mucho más que una determinada función de la mente humana medida en términos de C.I.(coeficiente intelectual); el ser humano, a la hora de actuar de alguna manera y de tomar determinadas decisiones, no lo hace tanto guiado por su inteligencia cognitiva, sino sobre todo a impulsos de sus emociones y sentimientos que deben ser guiados, orientados, controlados y expresados mediante los dictados de una sana inteligencia emocional. A la hora de decidir en asuntos en los que nos va la vida ( por ej. lo referente a elección de pareja), no lo hacemos guiados por el frío intelecto sino por la calidad e intensidad de los sentimientos que en ese momento nos embargan.
¿Y quién nos ha enseñado a manejar ese mundo de los sentimientos y emociones? Desgraciadamente los aprendizajes que se han practicado en las escuelas han insistido más en el mundo de los conocimientos que en el de las emociones, y sólo un buen ambiente familiar ha podido servirnos de utilidad para el manejo desenvuelto y positivo del mundo afectivo. ¿Qué pasa si el mismo ambiente familiar carece de la solidez afectiva necesaria?
Para poder vivir bien la vida es necesaria no sólo la inteligencia cognitiva sino también (y sobre todo) la Inteligencia emocional, aspecto de nuestra personalidad que tan olvidado hemos tenido. La autoestima corre pareja con el funcionamiento de la inteligencia emocional: las personas con mejor y más adecuada expresión de sus sentimientos y emociones son, a la vez, personas seguras de sí mismas, con mayor sentimiento de libertad y autonomía, con mejores relaciones interpersonales y, por ello mismo, con mejor nivel de autoestima.
Pues bien, una de las primeras crisis de la edad madura es a menudo una crisis de desgaste, desánimo y desilusión, por la experiencia que vive el anciano al verse, de pronto, no aceptado. Y ello sin razón objetiva alguna, puesto que él se siente todavía como ser vigente y capaz de servir. Esta es una crisis que se ve agudizada por las pérdidas que va viviendo el adulto mayor: pérdida del trabajo donde se sentía útil, pérdida de los compañeros de labores más jóvenes a los que ya deja de frecuentar, y pérdida de seres queridos y amigos que van muriendo.
Si estas pérdidas no se compensan por medio de convenientes ejercicios de inteligencia emocional (buen manejo del campo afectivo – emotivo) no será nada raro que el anciano se sienta invadido de perjudiciales sentimientos negativos, que afectarán su autoestima, especialmente en las mujeres. Los parámetros y valores culturales imperantes en la sociedad favorecen poco la autoestima del anciano.
El modelo cultural que impera entre nosotros es un modelo simplista que imagina el desarrollo de la vida en términos de comienzo, plenitud y decadencia. Según este esquema el hombre está condenado fatalmente a ser testigo de su propia decadencia, y necesariamente su autoestima será cada vez más frágil y vulnerable.

(Viene de página 11) Subyace aquí una ideología físico - biologista que reduce el ser humano a pura conexión de células que obviamente se van envejeciendo y deteriorando. Es una ideología del “viejismo” que es necesario superar. La razón y la afectividad no decaen al ritmo de la decadencia biológica y, al contrario, crecen y se fortalecen en el anciano saludable hasta el último día de vida. La OMS define el “viejo sano” como aquel individuo cuyo estado de salud se considera no en términos de déficit, sino de mantenimiento de capacidades funcionales. Por otro lado, es importante recordar que el mismo envejecimiento de las células cerebrales se produce más lentamente que el de otras células del organismo si se las mantiene activas, por lo cual se recomienda aprender algo nuevo en una especie de gimnasia intelectual.
Por todo lo expuesto, una de las principales misiones que tenemos los que nos dedicamos a la gerontología es entregar a todo ser humano la formación que necesita para aprender a envejecer. Esto significa, entre otras cosas, desarrollar la autoestima y aprender a manejar las propias emociones (destreza emocional), pues ello contribuye a una mejor calidad de vida. El éxito de la vejez consiste en vivir esta última etapa de la vida como un período de crecimiento.


Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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