Desde el lenguaje podemos hacernos trampa cuando adjetivamos mal en cuestiones claves como el abuso en el consumo de drogas.
La venta cada vez más creciente de sustancias psicoadictivas y prohibidas no es ningún “Fenómeno”. Fenómeno puede decirse de alguna anomalía del clima como un tornado, una granizada, es decir, de cosas que no pueden evitarse por más que hagamos un esfuerzo sobrehumano. No lo podemos frenar.
El comercio ilegal de drogas tampoco es un “Flagelo” porque no es un castigo, ni una desgracia, ni una calamidad, ni una epidemia.
Todo lo contrario, el consumo abusivo y cada vez mayor de drogas lejos de ser un fenómeno o un flagelo es un “problema social” que puede y debe evitarse.
Tratándose de un problema social, la respuesta debe ser colectiva. No se puede esperar que suceda como si se tratase de algo inevitable ni se lo puede asumir como algo sobre lo cual no tenemos control.
Estamos obligados a trabajar en la resolución de la problemática de manera colectiva, nos obliga a repensarnos como comunidad y particularmente en nuestra relación con quienes son más vulnerables al inicio en el consumo de sustancias nocivas para el cuerpo.
De nada vale encarar a las autoridades municipales o provinciales ni mucho menos a las fuerzas de seguridad si no estamos convencidos de que son nuestros hijos las potenciales víctimas de aquellos que comercian muerte.
Recientemente, profesionales del programa Jóvenes Saludables reconocieron que cada vez es más fácil acceder a drogas en Jesús María y Colonia Caroya. Y también señalaron que la edad para iniciarse está cada vez más abajo y ya hubo casos de niños de entre 10 y 12 años que consumieron alguna droga.
Lo saben muy bien quienes trabajan con sectores en situación de pobreza de que la venta de droga es el problema social que hay que frenar de forma urgente porque nos va la salud comunitaria en ello.
Y no se trata aquí, solamente, de que un grupo de docentes o de profesionales ni de funcionarios organicen charlas de tanto en tanto con información sobre drogas.
Se trata de estar más al tanto respecto de lo que hacen nuestros jóvenes, de saber cuáles son las causas que los empujan hacia el consumo y cuáles son los mecanismos que debiéramos utilizar los adultos para ayudarlos a no caer.
Esa actitud no opera como contagio. Hay que adquirirla comprometiéndose más. Lleva tiempo. Demanda esfuerzo. Pero vale la pena intentarlo si queremos que el futuro no esté en manos de una juventud anestesiada sino en manos de una juventud que sea capaz de transformar todo lo que los adultos no pudieron.
El mejor combate al problema de las drogas no se dará hasta que no haya una conciencia social sobre la importancia de combatirlas entre todos.
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