Mejor no hablemos de otro tema…

«Si yo supiese algo que me fuese útil y que fuese perjudicial a mi familia, lo expulsaría de mi espíritu. Si yo supiese algo útil para mi familia y que no lo fuese para mi patria, intentaría olvidarlo. Si yo supiese algo útil para mi patria y que fuese perjudicial para Europa, o bien que fuese útil para Europa y perjudicial para el género humano, lo consideraría como un crimen, porque soy necesariamente hombre mientras que no soy francés más que por casualidad.» (Montesquieu). 

Por: Adrián Rolfo (Vecino de Jesús María).
Ya no pienso hacerme el despreocupado, debo reconocer que la política me interesa, y me interesa tanto como el arte, como la cultura, como el deporte, como la ciencia y como tantas otras cosas. Pues hace algún tiempo me vengo preguntando qué hemos conseguido, quiénes terminan siendo los beneficiados de siempre gracias al rechazo y desinterés que, con frecuencia, pesa sobre el tema.
Y la verdad es que ya no pienso seguirme haciendo muchas preguntas, los resultados están a la vista: los grandes temas, los que decisivamente limitarán nuestras oportunidades siguen sin ser debatidos, sin ser puestos sobre las mesas; los venales personajes mediáticos siguen inclinando la balanza a favor de sus intereses, excavando en las frivolidades de la farándula y la política, estableciendo una estúpida agenda de temas que reemplazarán a los verdaderamente importantes en las conversaciones habituales, como si esto fuera todo lo que se necesita saber, contribuyendo al desinterés general de un electorado desinformado con una versión parcializada sobre la realidad.
Pero sobre todo un ciudadano con desconocimiento sobre sus posibilidades de mejorar el rumbo de algunas cosas con simples ejercicios como establecer su propia agenda de temas importantes y actualizarse a través de medios independientes donde existe diversidad de información y opiniones, como por ejemplo internet. Está claro que desde el más experto hasta el más ignorante y desde el de mejores intenciones hasta el de las peores, tiene acceso a este medio, pero allí radica la ventaja: en la ausencia de la cantidad de “filtros” que supone la búsqueda de rentabilidad en los medios convencionales que son, ante todas las cosas, empresas. Además no podemos obviar que también existen los sitios o páginas web oficiales, con sus respectivos responsables, donde informan, documentan  y dan su perspectiva profesionales e intelectuales que no poseen un espacio en los medios tradicionales de comunicación.
En este contexto, para bien o para mal, y mal que le pese a alguien, no es verdad el viejo prejuicio que postularse para algún cargo o pertenecer a alguna de las estructuras partidarias políticas es la única manera de participar en política: informarse, difundir una información, emitir un punto de vista, cuestionar y generar debate, son (y a esto bien lo conocen los protagonistas mediáticos, los entretenedores que nos mantienen “entretenidos” y los políticos adeptos a las encuestas) eficaces maneras de ejercer influencia en las decisiones que sellarán nuestro futuro, el de nuestros hijos y de nuestros nietos. De modificar lo que se conoce como opinión pública, es decir “el permiso” o “la oposición” implícita de los ciudadanos para tomar algunas decisiones en política, y evidentemente uno de los botines más codiciados por quienes necesitan el beneplácito para seguir adelante con sus objetivos.
Inflamadas afirmaciones como: La gente está enojada por…! La gente está cansada de…! No lo digo yo, lo dice la gente!, supuestos mensajes de texto sin la más mínima identificación que dicen los disparates que podrían costarles graves imputaciones al locutor, encuestas de opinión sin los mínimos procedimientos profesionales ni legales, son moneda corriente en cuanto a las artimañas de las que se valen los clásicos formadores de opinión.
Stella Martini, profesora e investigadora en temas de medios masivos, comunicación y sociocultura en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires afirma: “La opinión pública (OP) es la opinión basada en juicios compartidos por una parte considerable de la población, no determinada de manera individual. La OP tiene que ver con una compleja red de intereses que tratan de construir opinión, y presentarla como natural. El Estado y los poderes económico-sociales son los principales factores de creación de opinión pública, pero también cuentan la educación formal (la escuela) y los medios de comunicación.”(1)
En este sentido, también el comunicador social Bernardo Leonardi en su trabajo monográfico titulado “Influencia de los medios de comunicación de masas”, nos aporta unos datos escalofriantes: “La rapidez y dramatismo con que los MCM (Medios de Comunicación para las Masas) se han ido incorporando en nuestra realidad, no nos dio tiempo para adaptarlos y adaptarnos. Ante ellos nos es difícil tomar una actitud serena.
En las sociedades contemporáneas es cada vez mayor la importancia de los medios masivos y en particular de la televisión. Esta influye sobre la forma de actuar o de pensar de las personas, logra modificar la forma en que los hombres conocen y comprenden la realidad que los rodea.
Según estudios realizados por la UNESCO, mientras que a través del oído se percibe un 20% de comunicaciones y a través de la vista un 30%, cuando se da la combinación de ambos sentidos el porcentaje de eficacia en el aprender se eleva en el 50%.”(2)
Es de esperar, como ciudadanos también responsables por nuestro porvenir, que lleguemos a alcanzar plena conciencia de que todo lo que se hace, o se deja de hacer, en política no está exclusivamente relacionado con nuestras necesidades reales sino con el orden de prioridades que están establecidas en la conciencia de la mayor parte de todos nosotros y que pueden ser modificadas interesadamente, a través del conjunto de los medios de comunicación.
Ante esta realidad es, y jamás puede dejar de ser nuestra, la responsabilidad de establecer y restablecer constantemente un orden interno ante el bombardeo de vulgaridades mediáticas, de bajar el volumen, de cambiar el dial, el canal o sencillamente apagar el transmisor, el tele o pasar de página. Es, y jamás puede dejar de ser nuestra, la responsabilidad de intentar, volver a intentar y jamás desistir en el objetivo de aprender a debatir con respeto, de mantener encendido el interés por los temas que atañen a la sociedad en su conjunto, de exponer oportunamente nuestros razonamientos sin permitir que los arrastre la corriente de los personajes más ruidosos, de aprender a intercambiar puntos de vista manteniendo siempre la objetividad y evitando recurrir a descalificaciones personales, priorizando siempre los lazos afectivos más allá de las diferencias intelectuales.
En su libro “Ética para Amador” el filósofo español Fernando Savater es contundente con respecto a la falta de lógica que supone el desinterés actual de las sociedades hacia la política: “Como nadie vive aislado (ya te he hablado de que tratar a nuestros semejantes humanamente es la base de la buena vida), cualquiera que tenga la preocupación ética de vivir bien no puede desentenderse olímpicamente de la política. Sería como empeñarse en estar cómodo en una casa pero sin querer saber nada de las goteras, las ratas, la falta de calefacción y los cimientos carcomidos que pueden hacer hundirse el edificio entero mientras dormimos...”
 
(1)     Fuente:http://www.alipso.com/monografias/periodismo_y_debate_publico/
(2)     Fuente:http://www.monografias.com/trabajos/influmcm/influmcm.shtml
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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