¿Cuál será el poder de penetración de las nuevas tecnologías ante un electorado que maneja otros códigos y que es apático?
Candidatos 2.0 son los que abundan por estos días en internet. Tienen miles de amigos en Facebook, páginas web, videos en youtube, cuentas en tweeter, blogs y... ¡siguen sin entusiasmar a la gente!.
Pareciera que todo radica en un problema de lenguaje y de discurso. Es poco lo que tienen que comunicar y eligen demasiadas palabras para hacerlo y no pueden esconder sus propias limitaciones.
El usuario de internet capta eso al toque y pasa de largo en los innumerables links que suben los candidatos 2.0 por doquier. Apenas si concitan algunos pulgares arriba (me gusta de Facebook) de gente que los conoce, que forma parte de sus equipos, y que los quiere. Nada más.
Lo curioso es que la juventud es la que mayoritariamente navega por esas plataformas y no lograron concitarles la atención con fotos, videos, palabras, ni nada. Antes que prejuzgar la indiferencia de la juventud habría que preguntarse los porqués de esta negativa a establecer un intercambios con quienes pueden ser sus futuras autoridades.
Un caso paradigmático se dio recientemente en las elecciones caroyenses donde gran parte del boca a boca se jugó a través de las redes sociales, pero fueron dos o tres actores los que concitaron la atención en los intentos de debate entre las distintas propuestas. Al cabo de unas pocas semanas, se supo que varios adultos habían creado identidades falsas y pretendían pasar por jóvenes comprometidos con la política haciendo denuncias sin fundamento y pegando archivos perodísticos de épocas en las que ni siquiera había redes sociales.
El resultado: terminaron discutiendo adultos enmascarados cuando podrían hacerlo abiertamente y generarle a las jóvenes generaciones una idea sobre cómo se debaten planes y proyectos. En definitiva, un papelón y una oportunidad cívica desperdiciada.
No se trata de ampliar la base de intercambio porque sí sino de saber qué se dice, cómo se dice, en qué momento se dice, por qué se dice, y con qué cometido se dice lo que se dice.
Nadie niega el valor estratégico que tiene manejar las nuevas tecnologías de la información, pero hay que tener cuidado con proponer solamente cosas muy logradas desde el punto de vista estético pero carecientes de contenido.
Sigue siendo elemental el discurso y el lenguaje que se utilizará. Nadie se imagina a una candidato 2.0 pidiendo: “VTM el 7/8. TKM”. Pero tampoco lo imaginamos llenando el espacio del contenido con palabrerío sin sentido ni cometido.
Hay un enorme desafío por delante y hacen falta equipos idóneos para manejar esos elementos estratégicos. Por ahora, brillan por su ausencia.
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Editorial: Otras formas de campaña

Claudio Minoldo
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