Bajo la apariencia del rigor y del control, nos topamos con casos absolutamente ordinarios que se elevan a la enésima potencia.
Hay en los medios de comunicación una tendencia a transformar casos ordinarios en verdaderos escándalos públicos. Comunicadores que editorializan sobre esos casos como si en ellos se jugara la integridad de nuestra comunidad.
Piden titulares en letras mayúsculas y negrita sobre temas que no escandalizarían a nadie si el caso se tomara con la profundidad que merece. Ya pasó con el caso de aquella joven que se pasó de rosca y casi se mata tras ingerir una cantidad alevosa de bebidas alcohólicas en un salón de fiestas. Volvió a pasar en ese mismo salón, tiempo más tarde, cuando un joven menor de edad casi cae en coma alcohólico.
Y pasó, recientemente, con el caso de los tres jóvenes que fueron atropellados por un tren el fin de semana pasado, después de venir de un baile y de un after hour en La Toma. Por si fuera poco, a uno de los jóvenes se le halló una cantidad insignificante de cocaína entre sus ropas.
No es que uno le reste importancia a los abusos en el consumo de bebidas alcohólicas o al uso de estupefacientes entre jóvenes sino que, por su dimensión, el problema debiera ser abordado con otra jerarquía, no quedarse sólo con la cáscara.
En nuestras narices y en las narices de la Policía se está vendiendo droga y en cantidades bastante importantes. Hay kioscos en diversos sitios geográficos de la región y muchos de ellos ni siquiera están en los barrios marginales.
Y, esto bien lo sabe la Policía, hay algunos sectores donde la droga y el consumo de alcohol se naturalizaron de una manera alarmante, tanto que rechazan los ofrecimientos con los que el Estado y otras instituciones acuden a auxiliarlos.
En los últimos diez procedimientos que realizó la Policía sobre estupefacientes, las cantidades halladas son tan insignificantes que dan risa en relación a lo que se mueve en la región.
“Infracción a la ley de narcotráfico” es una frase demasiado fuerte como para que pueda aplicarse a pibitos que consumen sustancias sin saber, en muchos casos, que podrían transformarse en adictos. Y las consumen en pequeñas cantidades: 5 gramos, 10 gramos.
Pero ¿qué pasa con los que la traen en cantidades más importantes? ¿Qué pasa que la fuerza policial no actúa con firmeza para arrestar a ese tipo de vendedores?. Al ciudadano común le resta pensar dos cosas: o hay incapacidad para actuar o hay connivencia y complicidad.
Sin que nadie se espante, es dable aclarar que la droga ya circuló en algunos colegios secundarios, en todos los boliches, en la mayoría de los bailes, y la situación excede a los organizadores de esos eventos. Sencillamente, es algo que no pueden controlar. Ni siquiera tienen que saber que pasa bajo sus narices.
La impresión que uno tiene es que están fallando algunos mecanismos de contención, particularmente en el seno de muchas familias, y que las soluciones vendrán si la comunidad trabaja en red: casas, escuelas, municipios, justicia, policía, organizaciones intermedias.
Porque la droga no es un problema que les pasa a otros, nos pasa a todos cuando después tenemos que salir con una batería de recursos económicos, humanos y sociales a contener lo que no supimos en su momento.
Hay que desterrar la idea de que un adicto es un paria o un delincuente o un malviviente. La mayoría de ellos fue a un colegio como nosotros, pasó por un club como nosotros, salió a divertirse como nosotros y, en algún momento, se sintió vulnerable, sólo, aislado, y cayó en la tentación de la salida rápida.
Estamos a tiempo de tejer esas redes para que los próximos procedimientos policiales dejen de ser engañapichangas y sean combate al narcotráfico.

Claudio Minoldo
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