¿El fin de la movilidad automotriz?

En estos tiempos, valoramos nuestra libertad e individualidad enormemente. Y, como comprendieron los publicistas de automóviles, pocas experiencias nos hacen sentir más libres que conducir a toda velocidad... ¡Un descapotable!

Ser moderno es ser móvil. Nuestra economía depende de la circulación rápida de bienes y personas, y hemos inventado tecnologías de transporte para dar respuesta a nuestras necesidades.
Primero, los ferrocarriles transportaron bienes y personas a velocidades inimaginables hasta entonces, mientras los barcos a vapor daban la vuelta al mundo. Luego, en el siglo XX, los aviones nos transportaron incluso más rápido.
Sin embargo, para la mayoría de la gente "movilidad" es sinónimo de automóviles. Los autos liberaron a la gente del campo de su aislamiento y dieron a los de la ciudad acceso a las zonas rurales. Las clases medias dan por hecho que les corresponde poseer un automóvil, mientras que los pobres del mundo aspiran a uno como signo y herramienta de progreso.
No obstante, ¿es sustentable nuestra movilidad moderna? Enfrentamos una crisis energética, una crisis climática y una crisis económica... y quizás también una crisis de movilidad.
Según estimaciones de las ONU, en un punto de los últimos dos años la población mundial se volvió principalmente urbana. Por primera vez, la mayoría de nosotros vive en ciudades, y esa mayoría crecerá rápidamente. Sin embargo, la vida urbana representa un desa-fío para nuestra movilidad automotriz. En las ciudades, los autos ofrecen una fácil circulación, pero sólo cuando el tránsito no es demasiado malo. También permiten a los conductores evitar las demoras y molestias de colectivos, trenes y veredas. En otras palabras, un auto es como un refugio de acero que protege a quienes los manejan de sus conciudadanos.
Esa protección tiene un precio: si no una pérdida de civismo, entonces ciertamente de movilidad urbana, ya que los autos inundan calles y autopistas. Todavía, las personas sienten que vale la pena conducir en la ciudad. Sin embargo, para toda la comunidad hacer espacio para todos los automóviles significa destinar gran parte de la ciudad a una costosa red de autopistas y estacionamientos que no pueden desarrollarse al mismo ritmo en que aumenta la cantidad de vehículos.
Entre las obras de construcción y el sonido de la bocina, la tan alabada libertad de los caminos abiertos hace mucho que desapareció en el espejo retrovisor. Si seguimos llenando de automóviles nuestras ciudades, terminaremos viviendo en espacios con poca movilidad y escasa funcionalidad.
Esto nos lleva al tema de la situación de la industria automotriz. Si bien la crisis de los fabricantes estadounidenses de automóviles tiene muchas causas, su solución puede irse a pique por la crisis de la movilidad.
Estados Unidos siempre ha sido el modelo de sociedad móvil, donde las personas están dispuestas a arriesgarse y probar suerte en nuevos lugares: si no en un nuevo territorio en el oeste, entonces al menos en un suburbio distante, a buena cantidad de kilómetros de sus antiguos hogares. EE.UU. se convirtió en la envidia del mundo en gran medida porque fue el primer país donde la gente común y corriente tuvo automóviles y porque todavía sigue siendo el país donde se puede manejar vehículos de gran tamaño. Estuvo a la vanguardia de la reconstrucción de ciudades en torno a los automóviles y las autopistas.
Aunque el negocio automotriz se volvió global, las compañías de automóviles estadounidenses siguieron siendo una especie aparte. Si bien Ford y General Motors fabrican autos pequeños en Europa, lograron sus mejores ganancias en casa al persuadir a los habitantes de las ciudades a que compraran gigantes ávidos de combustible que prometían el dominio de los caminos abiertos.
Detroit debe sus cien años de notable progreso a la exitosa habilidad de los fabricantes de automóviles de presentar convincentemente juntas la movilidad práctica y una improbable fantasía.
Puede que esos días ya sean cosa del pasado. La crisis económica global vino de la mano de la explosión de los precios del petróleo en 2008, que terminó durando poco pero es probable que regrese a medida que los recursos petroleros se lleven al límite.
Las nuevas tecnologías, como las baterías de litio y los automóviles a hidrógeno, prometen liberarnos de la dependencia de los combustibles fósiles sin separarnos de nuestros autos, pero ni siquiera el avance más notable podrá reemplazar muy pronto a los automóviles que hoy existen. Para cuando algo venga a suplantar a los automóviles tal como los conocemos -y tarde o temprano algo lo hará- es posible que hayamos tenido la oportunidad de repensar nuestra dependencia de ellos.
Pocos de nosotros renunciamos voluntariamente a nuestra movilidad moderna. No obstante, el fin del petróleo barato -junto con la recesión- invita a quitarnos de encima la carga de los préstamos para comprar un vehículo, conducir menos, compartir los viajes en auto con otras personas, escoger vehículos más pequeños, utilizar el transporte público, optar por las bicicletas o nuestros pies, o mudarnos a vecindarios que se puedan caminar y estén bien conectados
Los economistas que suponen livianamente que las ventas de automóviles previas a 2008 son "normales" porque los estadounidenses los "necesitan" no comprenden la naturaleza del mercado automotriz. Los autos enormes, los largos viajes de ida y vuelta del trabajo y los vastos estacionamientos tienen sus ventajas, pero podríamos arreglárnoslas para vivir sin ellos.
Y, no obstante, las crecientes clases medias de otros países quieren imitar el sueño americano: poder conducir al campo y huir de las calles de la ciudad, igual que los occidentales. La mayoría de los gobiernos, además, están construyendo aceleradamente carreteras y promoviendo el desarrollo de la industria automotriz local.
Aun así, si los occidentales que suelen marcar el ritmo de las modas eligen cada vez más andar en bicicleta, caminar y utilizar el tren, quizás los asiáticos adinerados sigan su ejemplo y tal vez los gobiernos comiencen a dudar respecto de que los automóviles son la vía al futuro.
Es difícil imaginar un mundo en que los automóviles y el conducirlos estén pasados de moda. Sin embargo, tarde o temprano será así, y quizás ese día no esté muy lejano.

Fuente: artículo de Brian Ladd para Project Syndicate, traducido al español por aktuaya.org
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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