
Por: Raúl Torres (Vecino de San José de la Dormida)
Cuando la vio transponer la puerta, supo –de inmediato- que comenzaban los problemas.
Madura, atractiva, “seductora” como él mismo le dijera luego, y con esa mirada vivaz, casi pícara, como la del niño que nos pregunta “¿a que no sabés lo que me pasó?” después de cometer una fechoría. Es un poco mayor que él, pero el flechazo no sabe de cronologías.
Tuvo marido alguna vez, pero tomó la opción de la vida en soledad. No le ha sido dado aún el disfrute de la convivencia. Ha venido a averiguar porque quiere viajar al exterior: Medio Oriente o Norte de África, quizás.
Él está casado. En el colegio conoció a su mujer; eran adolescentes. Transcurrieron un noviazgo que se fue transformando en una vida en común. Luego el casamiento, broche final e inevitable para este compromiso ya familiar inútil de eludir. El enamoramiento de la juventud se ha ido transformando en compañerismo y finalmente en acostumbramiento. Desencantamiento sería una palabra que resuma lo que la pareja siente hoy.
Ha montado su pequeña empresa de turismo a fuerza de voluntad y gracias al apoyo económico de su suegro, y no le va mal.
Le va mostrando las opciones de viaje y la mira con una sonrisa que –él sabe- dice mucho más. Antes de dejarla ir le pide todos los datos para enviarle luego el plan de viajes propuesto. En este momento es el plan de viajes lo que menos le interesa.
Ella recibirá su llamada y se alegrará. Le ha caído bien este joven de ojos chispeantes, aunque lo primero que notara en él fuera su sortija matrimonial.
Por la noche él ayuda a sus hijos con las tareas de la escuela y no para un momento de pensar en ella.
En algunos días han intercambiado llamadas, correos electrónicos y mensajes de texto, en un tono que va subiendo cada vez más en erotismo.
Deciden –por fin- encontrarse en un hotel.
Se descubren mucho más que amantes ocasionales. Encuentran afinidad en las almas y en los cuerpos. Se ríen juntos (hace mucho que él no se ríe así con su esposa). Juegan como cachorros y hacen el amor como fieras.
Lo que comenzó como deseo puro se va tornando en algo más profundo.
Pasarán cada vez más tiempo juntos. Ella lo invitará a su casa y cocinará y bailará para él. Ya todo lo que él imagina, crea, idea, es compartido con ella.
La esposa siente celos. En los cada vez más distantes encuentros de amor con su marido, nota que el sentimiento está cada vez más ausente. Le ha reclamado más atención, pero él tiene corazón sólo para su amante.
Lo que sucederá es totalmente predecible: un mensaje que llega al teléfono que él ha descuidado por un momento. Su mujer lo leerá ávida de saber.
Gritos, puños crispados, llanto.
Deberá tomar una decisión. Por un lado esta mujer que es la persona que sabe que siempre necesitó, que lo hace feliz, que lo escucha, que lo ama. Por el otro, su esposa, madre de sus niños, compañera de muchos años, que le amordazó la felicidad y a quien él también le robó la juventud.
Poner todo en la balanza y ver hacia dónde se inclina el fiel… eufemismo por demás inútil y tonto.
Cada vez que suena el teléfono, se le acelera el corazón, pero no, ella cumple con su promesa, no llama. No llamará más.
En noviembre va a nacer su tercer hijo. Los hermanitos están felices.
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