
Existe en nuestra sociedad, la necesidad de “rotular” a cada sector de la misma de acuerdo con sus funciones o rol que le compete. Cada sector aludido responde a ese rótulo con tics, jergas, códigos propios que transforman a esos núcleos, en unidades completamente diferenciadas unas de otras.
Así podemos mencionar al núcleo de médicos, sacerdotes, militares, músicos, etc, en los cuales los miembros tienen establecida una correspondencia mutua entre las actitudes, su aspecto personal y el rótulo antes mencionado. Es decir, un sacerdote habla como sacerdote, el timbre y la cadencia de su voz lo identifica, mas allá de que pueda usar o no su atuendo sacerdotal. Lo mismo sucede en los demás grupos.
Los integrantes de los núcleos, por decisión propia, eligieron esa pertenencia, por lo tanto el rótulo es un distintivo que los identifica de una y tan sólo de una sola manera.
El calificativo discapacitado, también es una identificación, pero nos UBICAN en un sector en el cual no elegimos estar, por lo tanto no es mutua la correspondencia, no se establece esa relación biunívoca. El distintivo no es, precisamente, una distinción, al contrario, es una sentencia que, con el tiempo, va transformándose en condena, la cual, es ejecutada, inconscientemente, mediante valoraciones como: “pobrecitos”, “qué divino sos”; actitudes protectoras que, como contrapartida, poseen el mensaje perverso, contemplativo con la aceptación de un modo de vida, en el cual no tener expectativas, sería el rol que le compete al grupo identificado unívocamente por el mote “discapacitado”.
Un problema oftalmológico, no es motivo para que los demás sentidos deban atrofiarse al asumir actitudes, que significarían el sometimiento a una solapada discriminación.
La vida nos exige una permanente actitud, adquiriendo destrezas para las cuales se desa-rrolla la “memoria muscular” y, a través de ella, se crean hábitos, precisión en los movimientos, etc. Por ejemplo, la ejecución de un instrumento musical requiere de la repetición de posiciones de la mano y el brazo, complementándose con el oído para poder ajustar las distancias a recorrer y la forma que deba adoptar la mano para escuchar la nota deseada.
El desarrollo del sentido del tacto, indispensable para caminar usando el bastón, el cual reemplaza a los ojos al proveernos la sensación de distancia, detectando las irregularidades del camino y advirtiéndonos acerca del peligro inminente, exige la exploración y el reconocimiento de nuevas rutas sensoriales.
La ejercitación tiene como consecuencia la incorporación de una serie de movimientos que son activados desde la memoria muscular con la característica de un acto reflejo.
Sería arduo describir la cantidad de información acumulada para resolver los problemas suscitados por las exigencias requeridas por la vida diaria.
Estas consideraciones, son el sustento del siguiente interrogante: ¿Qué es la discapacidad?. ¿Qué cantidad de prejuicios, preconceptos, son necesarios para sustentar el vocablo “discapacitado”, camuflaje perfecto que mimetiza a quien la pronuncia, justificando su descompromiso con palabras piadosas, y, con ellas, pretender internalizar la inaccesibilidad a los demás códigos, como si no estuviésemos aquí sino en otra parte?
¡No estamos en otra parte! Estamos aquí en “el medio”, sin contención de una sociedad que debe modificar algunos patrones.
No voy a caer en el facilismo ni en la especulación que significa esperar que los demás resuelvan todo. De ser así, mi proceder se encuadraría en “más de lo mismo”. Es decir, estaría victimizándome, para encontrarme con palabras y actitudes solidarias, o sea lograría “cambios que no cambian nada”.
Pero para cambiar, debemos cambiar todo y ese proceso exigiría que cambiemos todos. Haciendo una analogía con la naturaleza, al dotarnos con la suficiente amplitud, teniendo la indispensable apertura en nuestros pensamientos y concepciones, lograríamos comprender que “existe otra perspectiva para observar el mismo paisaje”.
Este paisaje fue observado durante siglos por los que nos antecedieron y ahora están bajo tierra, pero nos dejaron inserto, en la memoria genética, un legado traducido en gestos discriminatorios.
Pero, si munimos al pensamiento de la suficiente racionalidad, podremos edificar un nuevo punto de observación desde el cual miraríamos el mismo paisaje a partir de lo positivo, distinguiendo con claridad que, la capacitación destaca a la capacidad y es otro el aroma que el viento carga, pues es el aroma de la integración. Lograr este desafío es haber encontrado la bisagra que testimonia un proceso de profundo cambio.
Mi experiencia personal durante estos años fue que, a fuerza de capacitarme, logré cambiar algunas conductas observadas por quienes me rodean, y entre los que comparto actividades allegadas al ámbito de la cultura. Para lograr este objetivo, asumí el rol de educador, informando todo lo que respecta a los ciegos, con la finalidad de ayudar a vencer el miedo, propio de personas no preparadas para manejarse en esas situaciones.
Si hay fantasmas, nada mejor que encender la luz.
La encendí, no van a poder creer, ¡no había ningún fantasma!
Tomaron conciencia de que mi persona no estaba en otra parte sino que estaba ahí, ejerciendo los códigos a través de los cuales siempre nos comunicamos.
Considero que las dudas e interrogantes, por supuesto, muy comprensibles, son consecuencia de otros fantasmas que, si me permiten, puedo ayudar a despejar e inclusive guiarlos a “encender la luz”, con mis actitudes, mi capacitación, valiéndome de la memoria muscular.
Mi anterior experiencia laboral se desarrolló, a través del paso por varias industrias. Puedo aseverar que no hay distancias entre la resolución de los problemas del diario vivir y el desarrollo de destrezas para resolver situaciones inherentes a los procesos industriales.
La memoria muscular es el medio con el cual podemos ejercer nuestras capacidades. A otra prueba me remito, si no fuese por la ejercitación de este sentido, no podría estar escribiendo, mediante esta herramienta, manifestando con mucha fuerza: “Soy una persona capacitada, con expectativas, y pretensiones propias de cualquier ser humano, a quien la ceguera no le ha quitado la dignidad ni el poder para desarrollar actividades laborales, como así también, sentirme integrado y contenido, por Mis Queridos Compañeros, cursando como alumno regular en la carrera de Abogacía de la Universidad Nacional de Córdoba”.
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