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El ala de la alondra encerrada en azul oro se reúne con el corazón de la amapola que duerme sobre la pradera de diamantes


Martín Suárez vuelve a la carga con un enorme desafío para el editor de Primer Día: un texto complejo y un título que demanda tres líneas (que pone en jaque el modesto diseño gráfico)

A veces me gusta jugarla de gran sufridor, de bicho trepado a duras penas sobre sí mismo, inclusive lo llego a sentir como una necesidad física pero esto no viene al caso ahora porque hoy me levanté contento y quiero aprovechar este buen ánimo que respiro. “Las ideas bien puestas, Martín, que se laman y limpien bien sus patitas gatunas las ideas porque éste es un día de triunfo, Suárez”, me lo he dicho mientras me cambiaba, mientras me ponía las medias más exactamente, me lo repetí varias veces como un mantra de olvido y liberación. Es temprano, todavía me queda una hora antes de salir a tomar el colectivo, voy a aprovechar este buen ánimo para escribir algo. Mientras, primer cigarrillo de la mañana, café y galletitas.
Lo primero que se escribe es el título, a éste no sé de dónde lo saqué, “El ala de la alondra encerrada en azul oro se reúne con el corazón de la amapola que duerme sobre la pradera de diamantes”, una voz me lo susurra en la cabeza, alguien me lo dijo en estos día me parece, es el nombre de un cuadro, me gusta de título para no sé qué, una historia de amor quizás, pero es un poco largo, le faltaría una coma; una amiga me dijo que los títulos deben ser claros, entonces más vale elegir una palabra que pueda encerrar varias cosas pero que sea una sola palabra. Tengo tiempo todavía asi que empiezo de nuevo y cambio el título:
Cosmogonía
Cecilia estaría contenta con este título claro, conciso. Cecilia es la que me dijo lo de los títulos claros un día de lluvia, justo como hoy, por eso se me viene a la cabeza ahora, también porque cuando la vi tenía un pantalón blanco con florcitas rosadas y digo lo del pantalón porque mientras me hablaba todo el tiempo le bailaba una mano sobre la pierna y entonces me acordé de una película bastante mala pero lo lindo que tenía era que la protagonista era pianista y todo el tiempo, cuando no estaba frente a su piano, andaba como tocando melodías en el aire. Cecilia se dio cuenta de que me llamaban la atención sus manos, la izquierda se movía pero discreta, la derecha era la llamativa, la que se movía con mayor ansiedad, me contó que de noche era cuando más se descontrolaban, le pedían hacer cosas me dijo, crear me dijo, “cosmogonía” me dijo. Yo le mostré las palmas de mis manos, grandes superficies de piel blanca, grandotas como las manos de Cortázar y ése era mi único consuelo, en general mientras hablo con alguien no sé muy bien qué hacer con ellas, las paseo por mi nuca, mis brazos, mi frente o las dejo colgando tontas a mi costado, pero vino Cecilia a darme un segundo consuelo porque muy seria observó que mis dedos no terminaban en punta sino en una leve curva hacia arriba como los dedos de los violinistas; después sacó de la cartera una cajita con un arlequín pintado y me regaló un fósforo pero no era un fósforo cualquiera sino uno diminuto, de cera, azul con la cabeza amarilla y no estoy inventando señores, esto ocurrió en mitad de una cola de supermercado la semana pasada, cerca de la hora en que muchos lugares de Córdoba se inundaban y cortaban la ruta nueve.
Al fósforo lo tengo sobre la mesada de la cocina, cada vez que voy a aprender una hornalla o a lavar un plato lo miro, no sé muy bien qué hacer con él pero es valioso, tiene poder, eso seguro; sin embargo ahora quisiera terminar eligiendo por título:
Linces metafísicos me rasguean
Y sé que aunque peco de barroco con este título rompo más de un ladrillo cotidiano y tuerzo más de una aguja de reloj puesto que ya admitido el lince como animal físico, tan felino, tan mamífero, prefiero pensarlo como animal metafísico cuyos contornos son filos y es el tipo de animal que nace cuando se hace el amor o se espera a alguien, entonces se siente como rasguños en las paredes internas del cuerpo, pero los rasguños son de plumas y las plumas de puma o león y también digo que linces metafísicos rasguean en el sentido de que hacen brotar músicas internas de los cuerpos pero en fin creo que todo esto me viene un poco por contento, un poco por Cecilia que cosmogonizaba (y dejen a mi contentura inventar palabras) como tocando con sus manos pianos de aire y otro poco porque el ala de la alondra se reúne con el corazón de la amapola y juntos van a dormir sobre la pradera de diamantes y hasta quizás hagan nacer linces metafísicos.
Y ya veremos qué sucede con el fosforito, viniendo de Cecilia no me extrañaría que un día de estos se hiciese mariposa.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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