Valorar al diferente por su posibilidad de aportar

Proponemos un ejercicio poco practicado en Argentina y que tiene que ver con reconocer en el otro cualidades y aciertos.

Un trabajo realizado por la Universidad Católica de Córdoba en un equipo coordinado por el especialista Emilio Graglia y Nelson Specchia compiló, ordenó, y analizó los discursos de apertura de sesiones del congreso de los presidentes argentinos en democracia. Y llegó a conclusiones alarmantes el estudio.
Para Graglia, según le señaló al diario La Voz del Interior, "la lectura de los discursos demuestra que cada presidente se ha visto a sí mismo como un fundador. Cada uno ha criticado sin piedad a sus antecesores y ha prometido inaugurar una era de prosperidad. Muchas críticas se entienden en el momento que se vivía. Pensemos en las crisis de 1989 y de 2001-2002. Publicar los discursos, juntos y contextualizados, supone empeñarnos en la tarea de que se lean, se analicen y se obtengan conclusiones para no repetir errores y para tomar lo bueno de cada uno".
A Specchia, en tanto, le resultó "alarmante la incapacidad de rescatar elementos positivos de otras presidencias. Esta incapacidad de reconocer que hay temas de Estado que traspasan el período de una gestión es muy grave, política e institucionalmente. El país no puede refundarse cada cuatro o seis años, y la palabra del primer mandatario debería, en algún momento, comenzar a trazar líneas de continuidad. Eso sería un signo de madurez democrática".
Una de las particularidades que los autores subrayaron en los discursos de asunción representa una constante peligrosa: la alusión a que se recibe una Nación en crisis "terminal", "quebrada", "al borde del abismo", y que por lo tanto se trata de sacar al país de la postración y forjar una alternativa, un futuro promisorio, etcétera, lo que no se habría cumplido jamás porque el siguiente presidente habla de una nueva crisis.
Basta hojear un periódico especializado en política, o esa sección en cualquier diario, o escuchar y ver programas que abordan la cuestión para sentir que poco ha cambiado y que los que “quieren ser” no ven nada positivo en los que los anteceden y se presentan como la única opción.
De esa falta de razonabilidad por un lado, y de autocrítica por el otro, difícilmente podamos encontrar una alternativa válida para gestar el gran encuentro postergado comunitario para cumplir la profecía: “Estamos condenados al éxito”.
Es hora de abandonar el mesianismo y la petulancia porque el resultado de ese cóctel termina retrasando la posibilidad de inclusión de sectores que siguen en la postergación, por la inmadurez de su corporación política.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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