
“Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarme tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada” JULIO CORTÁZAR (Casa tomada)
Cada tanto aparecen en las noticias de la prensa falsos terapeutas que realizan abortos clandestinos, inyectan siliconas o se aprovechan de la desesperación y el dolor de los enfermos y sus familias para lograr un rédito económico. Son los “intrusos”, que no sólo existen en las profesiones de la salud.
Posiblemente el haber ido perdiendo el respeto por las más esenciales normas de convivencia, la irresponsabilidad de vivir en la inmediatez como si se tratara de un zapping televisivo en donde se valoran muy poco las vidas ajenas y la propia, llevaron a ese individualismo exagerado en el cual todo vale, más allá de las normas. Y las últimas décadas fueron un semillero de estas conductas, que seguimos padeciendo en el día a día. Un sálvese quien pueda y a costa de lo que sea.
¿Cuántos automovilistas pasaron semáforos en rojo esta mañana, a su lado? ¿Cuántos motociclistas iban sin casco? ¿Se adelantaban por la izquierda o por la derecha? ¿Qué decir de los funcionarios públicos que tienen como empleados hasta la mascota de la familia? La anécdota de que no pueden dos Sabattini estar en la función pública hoy parece, lamentablemente, risueña (“Don Amadeo” no permitió a un familiar suyo ocupar un cargo público siendo él funcionario). En la actual forma de hacer política cuando hay un error la causa nunca se adjudica a la falta de idoneidad y se perdona porque pesa más la fuerza corporativa de defensa del bloque; hoy por vos, mañana por mí.
Intrusos de la práctica médica cuando no se ejerce desde el humanismo que la fundamenta; intrusos en despachos oficiales, intrusos en el tránsito, intrusos en la política, en donde el cargo es lo importante para un beneficio económico y de ideas ni hablar.
Intrusos de la fe religiosa promocionando sectas que producen cerebros robotizados. Intrusos de la ley y de las normas éticas. Intrusos en el periodismo, frustrados pintores que sólo aprecian el color amarillo.
Intrusos en la construcción de un país que va pidiendo con un fuerte grito silencioso algo de coherencia: ¡ INTRU S.O.S! Éste pedido de auxilio es el eco de ese grito.
A pesar de todos los pesares, el cambio es factible. “No se pasa de lo posible a lo real –dice María Zambrano– sino de lo imposible a lo verdadero”.
Desde los centros vecinales, las organizaciones barriales, las instituciones intermedias y las organizaciones no gubernamentales se pueden ir generando redes de comunicación, de críticas y de proyectos, solidarias, para procurar el proceso de transformación que la comunidad y el país merecen.
Es hora de empezar a ordenar la casa, antes de terminar como los personajes del cuento de Cortazár, para que la expresión “la casa está en orden”, pronunciada por un ex presidente un domingo de Pascuas, hace más de veinte años, se materialice en situaciones reales de una vida digna para todos los habitantes de este país que, desordenado como siguió, nos duele cada día más.
Entonces la palabra “intrusos” dejará de adjudicarse únicamente a los habitantes originarios cuando un extranjero compre sus tierras y se convierta en el vendedor del agua de los lagos, envasada.
Con gran esperanza, Ernesto Sábato, recordando a Miguel Hernández (poeta español que murió en la cárcel) dice: “En tiempos oscuros nos ayudan quienes han sabido andar en la noche (...) mostrándonos que el obstáculo no impide la historia, nos recuerdan que el hombre sólo cabe en la utopía”.
Y termina escribiendo, en su libro Antes del fin: “Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”.
La utopía renace con cada semilla que brota, en los nidos con pichones, en el latido del corazón de cada niño, en cada Pascua.
Por suerte, hoy comienza el mundo de nuevo … ¡Felices Pascuas!
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