
Si la representación en el sistema democrático ha dejado de funcionar como se supone, hemos de ser los ciudadanos quienes exijamos otros mecanismos a través de los cuales garantizar que nuestras necesidades se vean satisfechas. Mal mirado, el argumento parece “golpista”, pero en realidad se refiere a mecanismos a través de los cuales poder peticionar ante las autoridades soluciones y que esas peticiones sean escuchadas.
Es hora de empezar a pensar que hay una trampa en la forma para acceder a los lugares donde se toman decisiones. Y la primera trampa son algunos partidos políticos en los que los dirigentes se han enquistado e impiden todo tipo de participación que sea contraria a sus intereses económicos. Tal vez, esa regla todavía no se aplique en las ciudades del interior provincial, pero podría desembocar en esa práctica sino se logra revertir el proceso que ya se vio en las grandes urbes.
Los ciudadanos tienen derecho a saber quiénes son los que financian las campañas políticas y qué desembolsos hacen. Porque ese blanqueo permitirá esclarecer decisiones posteriores en los gobiernos. Los ciudadanos tienen derecho a saber con qué cantidad de bienes ingresa un funcionario a la administración y con cuántos se retira. Los ciudadanos tienen derecho a saber cuáles son los desembolsos que hacen sus administraciones y a quiénes se los hacen. En definitiva, investigar las cuentas que se componen de ingresos que los vecinos hacen a través de sus tasas y sus impuestos. Ningún gobierno fabrica dinero, de algún lado sale. Y cuando un gobierno lo fabrica (sobran ejemplos en la historia del país) el resultado es como mínimo catastrófico.
Países más avanzados cuentan ya con mecanismos de participación que han superado la cuestión de la democracia representativa con crecer y le ha permitido a diferentes gobernantes contar con herramientas para diseñar las obras y servicios que tienen que prestar. Hace falta pasar de la prédica a la práctica. Decir que uno es amplio, abierto, constructor de ciudadanía no es en absoluto lo mismo que ser amplio, ser abierto, ser constructor de ciudadanía.
Dos defectos se acentúan cada vez más en la clase política argentina: la falta de humildad y la falta de autocrítica. Pasa con el gobierno nacional, con el gobierno provincial, y hasta con el gobierno municipal. Tienen incapacidad para demostrar que hay problemas que no pueden resolver y cuando reconocen una culpa… es que el culpable fue ¡otro!.
Con esos mecanismos de defensa, perdemos los ciudadanos. Y no es que perdamos una batalla verbal o una guerra dialógica y argumentativa. Perdemos tiempo, un tiempo muy valioso para tomar las mejores resoluciones a problemas de todos los días. Haber tomado algunas medidas en materia de transparencia es un buen comienzo, pero es necesario profundizar esas medidas y dotar a la ciudadanía de verdaderas herramientas de control.
El desafío es enorme, pero no se pierde la esperanza de que aparezca una nueva clase de políticos, más interesados en el bien común que en el interés propio, más interesados en legar una mejor ciudad y un mejor país a sus hijos. La esperanza es lo último que se pierde.
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