“Hice el quiebre cuando comprendí que con el llanto no iba a lograr nada”


Liz López Patané ofrece un testimonio valiosísimo sobre cómo es convivir con el virus del VIH-Sida del que es portadora desde 1999. Y cómo un entorno contenedor y que no discrimina le hizo ir poniéndose nuevas metas.

Mientras cursaba el quinto mes de embarazo de mellizas, una anemia disparó una serie de estudios que concluyeron en que Liz López Patané habría contraído el virus del VIH-Sida. ‘No puede ser’, fue lo primero que pensó si no soy drogadicta ni tampoco ejerzo la prostitución.
Ignoraba, en 1999, que la epidemia iba a tener más víctimas heterosexuales que homosexuales y que, particularmente, las mujeres tenían una mayor predisposición biológica para adquirirlo.
De golpe y porrazo, se enteró de que el virus se lo había contagiado su pareja (que le había sido infiel y que sabía que tenía el virus) y que era muy posible que por el estado avanzado de embarazo le trasmitiera el virus a sus hijas mellizas. Sin quererlo, además, se trataba de un caso clínico de estudio: la primera mujer con VIH que iba a dar a luz a mellizos. Fueron meses de llanto, dolor, bronca, incomprensión al punto tal de pensar en dar a luz y quitarse la vida. Pero las mellizas nacieron, una de ellas murió a los 42 días y a la otra le diagnosticaron que era portadora de HIV. Desde ese entonces, se puso una meta de mínima: llegar a festejarle el cumpleaños de 15 (Hoy, la niña tiene 12).
Dentro de ese marco, hubo señales buenas: su mamá la comprendió, aceptó, y contuvo, y le quedó una amiga que se bancó la situación con total madurez. Después apareció Ariel, un hombre que le declaró su amor y le pidió compartir el resto de su vida juntos. Y vino otra hija más que no contrajo el virus y es absolutamente sana.
Esta semana, brindó una charla muy conmovedora para alumnos de la Universidad Siglo 21 y por invitación del bioquímico Ignacio Aguirre, otro de sus entrañables amigos. Y esa charla disparó una serie de preguntas de Primer Día.

¿Cuando fue el momento de quiebre y en el que asumiste que estabas con esta enfermedad y pudiste incorporar el sentido del humor también?
- Creo que fue en el momento en que me di cuenta de que estaba enferma, cuando comprendí que con las lágrimas, con el llanto no iba a conseguir nada, que lo único que iba a conseguir era deprimirme. Entonces, tenía que tratar de incorporar a la enfermedad en sí como parte de mi vida y con mis altibajos y hacerme cargo. Tener una enfermedad no te va hacer ni mejor ni peor persona, va a reforzar la persona que vos sos y está en que vos dispongás qué hacer con eso

Antes del HIV ¿tenías prejuicios para con la enfermedad?
- Sí, muchísimos. Creía que la gente con HIV era prostituta o tenía problema con drogas. Por eso, creo que acepté y aprendí a ver con una pisca de humor todo porque siempre había estado de la vereda del frente. Era una persona de mucho prejuzgar, criticar. Fui de las que decía ‘eso no lo haría’. Y sin embargo, me tocó.

Usaste la imagen de la ruleta rusa para señalar que el HIV le puede tocar a cualquiera ¿Por qué lo crees?
- A lo largo de estos años, he visto chicos que se enferman y no duran mucho. Que realmente no lo pueden enfrentar.  Muchas veces me pregunté qué habre hecho para merecer esto. Encontré la solución diciéndome que me pasó porque podía enfrentarlo y tenía que enfrentarlo. Eso fue lo que me llevó a decir ‘te toca porque te tiene que tocar’.

Estar tan cerca de que tu hija cumpla 15 años debe ser movilizador ¿no?
- Ahora me empieza a aflorar el llanto porque la veo grande, una mujer, programándose para ser una mujer. Es como sacarme una mochila de encima, que tenga su diagnóstico y lo maneje, que salga de la consulta abrazada a su médico. Es como decir ‘mi polla ya no depende de mí’. Eso sí me emociona.

Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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