Por: Silvia Chalup (Docente de Lengua del Ipem 272 “Domingo F Sarmiento”).
El alcohol es una de las drogas legales más consumidas y aceptadas por la sociedad, tanto es así que ha dejado de ser una vergüenza el hecho de ser adicto a esta sustancia. Y lo peligroso de esto último radica en que, como en toda adicción, no somos conscientes –como sociedad- de lo nocivo de esta conducta.
Si de alcohol hablamos deberemos remontarnos a la Antigüedad y aludir a las Bacanales (fiestas organizadas en honor a Baco y en donde se bebía de manera descontrolada) y al Dios del Vino. Pero no sólo los clásicos le dedicaban tiempo a este tema, toda la cultura está llena de alusiones al alcohol: odas y poemas al vino (textos de Omar Kheyyam, por ejemplo), pinturas de Rembrandt, de Raúl Lara, Toulosse Lautrec, obras teatrales ambientadas en bodegones, con botellas y cuyos personajes son gente bebiendo, películas o filmes como Leaving Las Vegas o El cementerio de los Elefantes, y letras de canciones, de los más diversos géneros y épocas históricas (¿Quién se ha tomado todo el vino?, Muchachos, esta noche me emborracho de La Mosca, Yo Tomo de Bersuit Vergarabat, En el último trago de Andrés Calamaro, Tomo y obligo de Carlos Gardel, Cuánta cerveza de Attaque 77, La Pachanga de Vilma Palma e Vampiros, Tomé Demasiado de Pappo, Botella de Viejas Locas, Asado y fernet de Los Caligaris, Salud, dinero y amor de Los Rodríguez, el último hit de Kapanga La Crudita, son algunos de los títulos que se me vienen a la mente).
Toda adicción se basa en la imposibilidad de poder expresar, decir, gritar lo que nos pasa, lo que sentimos y nos supera al punto de enmudecernos.
Y aquí comienza el problema, porque en este último tiempo no son sólo los adultos los que, abrumados por los problemas y conflictos, echan mano de esta “solución” a corto plazo que se convierte en problema a medida que recurrimos con más frecuencia a ella.
Los jóvenes recurren a la bebida para acortar el tiempo de espera para el ingreso a boliches o eventos sociales (“previa”), también beben para sentirse parte del grupo de amigos, para ser aceptados, para ser admirados, para darse valor y poder hacer frente a situaciones que no podrían encarar estando sobrios (según ellos), “…para no enamorarse…”- como reza la canción-, y para miles de “excusas” más.
El hecho es que detrás de esta conducta que parece inofensiva se esconden causas profundas y trascendentales: el desconocimiento (la mayoría de los adolescentes no conocen cuáles son las consecuencias- a corto y largo plazo- de tomar de más). Desconocen que la anatomía de la mujer es distinta de la del hombre y que, por esto, el cuerpo reacciona de manera diferente ante la ingesta de la misma cantidad de alcohol, no saben o no son conscientes de que, aunque crean lo contrario, nadie se acerca a un borracho si no es para burlarse de éste/ ésta.… En definitiva, ignoran cuáles son las consecuencias que acarrea tomar una determinada decisión (tomar una bebida o no tomarla).
Y siempre concluimos en lo mismo: la casi nula educación existente y al alcance de los jóvenes. Y con esto no quiero decir que no exista información suficiente, la hay y mucha. Lo que falta es que llegue y sea internalizada por todos, y para esto tenemos que intervenir los adultos y hacer nuestra la tarea de educarlos (en el sentido del término de “conducir, guiar”), enseñarles, aunque sintamos que es “otra carga más” la que se nos agrega a las miles que ya tenemos.
Sólo a través de la educación, de una buena educación (que no significa llenarlos de información sino de acercarles aquella que es significativa y relevante) podremos conseguir resultados diferentes (no nos encontraremos con chicos asustados frente a un “coma alcohólico”, podremos escuchar la opinión de ellos frente a los excesos, sabremos qué piensan acerca de esto de que los genios culturales viven en los extremos y sólo crean y producen obras excelsas gracias a la ayuda de alguna sustancia). Educación para que sepan detectar las señales que les da el cuerpo para saber cuándo hay que decir “no tomo más”, educación para aprender a disfrutar de un buen vino (los cinco sentidos se ponen en juego cuando lo degustamos)…
De lo contrario seguiremos derrochando energías para ponerle parches a una situación que necesita una solución de fondo… No es casual que al brindar digamos SALUD.
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