Metáforas de la vida

Hay momentos en la vida de una persona en que el agradecimiento puede resultar casi terapéutico y nos reconcilia con el cosmos.

Por: Juan Manuel García Escalada (Psicólogo Social y Docente).

Estoy leyendo un libro, y a la vez  tomo un “cortado largo” con una medialuna salada, en una confitería de la ciudad de Córdoba.
Al levantar la vista veo entrar a un sacerdote, se sienta en una mesa frente a mí.
Tiene buen parecido y unas doncellas lo han seguido con la mirada al instante. No sé si habrá decepción en ellas por su investidura.
Hace su pedido y yo continúo con mi lectura sobre los avatares que está trayendo la tecnósfera (esa otra “capa atmosférica” que ha construido el hombre, y que gira alrededor del planeta y que ayuda a recalentar al ya caliente planeta nuestra de cada día).
Cada tanto observo a la gente que transita por las veredas de la ciudad. La mayoría con los auriculares que pretenden alejar los sonidos y las agresiones. Pobres oídos a futuro. Calles con basura. Los autos, raudos, que junto a los celulares han permitido acercarse y alejarse tanto entre humanos, y que la velocidad diaria los impulsa indolentes. Velocidad de vida, opacidad en el pensar, intolerancia con exabruptos.
Saboreo el café y en el momento en que vuelvo a levantar la vista el sacerdote bendice la comida que se le ha servido.
En ese instante, pienso en las… GRACIAS.
Un sacerdote católico bendice su comida, tanto como el indígena cuida a la Pachamama, de la cual recibe su alimento. Ambos agradecen su alimento. Este viene dado por la Tierra. Todos somos hijos de la Tierra.
¿En qué momento se transforma en estúpido el ser humano, para suponer que su creencia es superior a la del otro/a?.
Creo que hay mucha más coincidencias en los sentires humanos que en el CREER.
Todo hombre y toda mujer se interrogan, siempre, ¿de dónde venimos, hacia dónde vamos, cuál es el sentido de la vida; qué es la muerte?
Preguntas que tienen una profunda religiosidad universal y que ninguna religión debiera arrogarse sus supuestas verdades verdaderas.
Pareciera que todo ataque al otro/a no es sino, miedo profundo a la muerte, ese pasar “sin dejar nada”.
Y tenemos que darle importancia a nuestras pequeñas vanidades y egoísmos que nos transforman, muchas veces, en los creadores de los verdaderos monstruos, ya que la naturaleza  no los tiene.
Pequeñas gracias cotidianas que nos olvidamos pero que nos engrandecen en las relaciones propias y externas.
¿Qué hay en esa “competencia” por el derecho de una verdad absoluta? Sus propias inseguridades y miedos.
Gracias a la vida, canta Mercedes Sosa, en la sinfonía coplera del folklore nuestro. ¡Gracias!, que olvidamos de manera permanente, en nuestra inconstancia y las pocas valoraciones de los instantes que se viven.
Desde nuestras incongruencias y desencantos personales que no atisbamos a reconocer y  que son nuestras dificultades de relacionarnos con la vida, para poder aceptar a los demás.
¡Gracias! al aroma del café o el té o el mate al amanecer, a la fruta, a la verdura, al pan con olor a recién sacado del horno. ¡Gracias! a los afectos, a los amores, a  los amigos, a los abrazos, a los besos, al sexo, a las emociones.
¡Gracias! al trabajo que se elige libremente.
 ¡Gracias! por aceptarme, por reconocer que no sé y tengo la posibilidad de aprender cada día nuevo, y a cada edad.
No se requieren, necesariamente, de religiones, para dar ¡Gracias!
Solo aprender a aceptar nuestra profunda espiritualidad que está conectada con el universo que nos crea y que nos permite intentar interpretarlo con ideas, pero que nunca éstas dañen al diferente, al otro/a, porque todos estamos conectados a la infinita filigrana del Cosmos, del griego (Entramado).
¡GRACIAS!


Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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