Editorial: Es hora de sincerarnos

Con la polémica que generó la falta de agua a nuestro alrededor es hora de reconocer que, en general, no hacemos buen uso de ella.

La situación no da para rasgarse las vestiduras, ni para entronizar en el lugar de santos a los que trabajaron por ella (y se sirvieron de ella durante décadas), ni para demonizar a las (sucesivas) autoridades que poco hicieron para hacer más eficiente su uso -idéntico razonamiento para quien presta el servicio domiciliario en Colonia Caroya-, ni para castigar a los que hicieron abuso o desuso o mal uso dependiendo de las circunstancias.
No hay agua. ¿Se entiende? Porque el ciclo del agua depende de una serie de factores que se movilizan en similares términos que las producciones de la tierra. Esto es: para cosechar agua, hay que haberla sembrado primero. ¿Es posible eso? Bueno, eso es lo que vienen diciendo los especialistas. Y la siembra tiene que ver con la capacidad de retenerla. A través de la forestación de la cuenca, del cuidado de los cursos de agua, de la creación de microembalses, de la manutención de bosques nativos. Porque el agua que vemos arriba la cosechamos de abajo, de los acuíferos, y si hay poca o nada agua arriba quiere decir que no hay abundancia abajo.
No hace falta ser un técnico para determinar eso. Solamente hace falta tener sentido común. En el norte de Córdoba no llueve demasiado en los últimos tres años. En nuestra zona, hubo dos lluvias muy importantes en ese período. La primera fue el 18 de diciembre de 2009, el mismo día en que tenían que disertar en Jesús María el periodista Nelsón Castro y el doctor Francisco Maglio. Ese día se llovió la vida, se anegó todo, se inundó el oeste y la calle Pedro j Frías.
La segunda tuvo lugar el 31 de enero de 2010, el día en que la correntada se llevó puesto el puente que nos unía con Sinsacate. Entre la primera lluvia y la segunda mediaron días y fue lluvioso ese verano hasta marzo, pero después no llovió nada de nada de nada.
En 2009, Jesús María se declaró en emergencia hídrica pero no porque faltase el recurso sino porque los vecinos gastaban en forma indiscriminada, a tasas muy superiores a las de las principales ciudades del mundo. A ese ritmo, Jesús María se iba a poner en peligro de provisión y de allí a que se declarase la emergencia. Colonia Caroya no quiso acompañar la medida y la vecina ciudad no lo hizo, pese a que el agua que toman sale de la misma cuenca.
Porque no pensar, entonces, que esta súplica que hoy le hace Caroya a Jesús María para que acompañe el reclamo regional para parar el proyecto del acueducto -sí, ése del que nos anoticiamos por Bugliotti- tiene un mal antecedente en materia de discusión sobre el recurso.
No es que las ciudades tengan que vivir de revanchas y castigos, pero si el verdadero desa-fío es trabajar seriamente en la protección de la cuenca que los abastece, entonces habrá que revisar cómo se establecen las reglas de juego.
Lo otro es bravuconada que nos deja débiles como región ante un gobierno que no ha dado señales sobre el futuro próximo en materia de provisión de agua.
Y aclaremos que también falta agua porque muchos productores y empresas tienen sus propios perforaciones que van socavando el nivel de las napas y el caudal de los acuíferos.
Algunos productores hacen trigo del que sale el pan que servimos en nuestra mesa, o la oleaginosa que engorda a nuestras vacas que comemos después en bifes y asados. Pero no se trata aquí de la dicotomía entre producir alimentos o no producirlos sino se garantizar primero que nada el agua potable que tiene que tener cada vecino y subordinado a eso todo lo otro.
Lo que leíamos en libros sobre la “guerra” por el agua parece haber comenzado. Esperemos ser inteligentes para ganarla con mucha estrategia.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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