Breviario sobre nuestras madres

Nacidos varones, nos resulta incomprensible la situación  de que una vida lleve otra vida dentro de sí durante casi un año. No entendemos tampoco cómo funciona esa conexión entre niño o niña y madre mientras son una sola cosa: dos vidas andantes.
Será por eso que todos vuelven a ella, más allá de las diferencias y que, muchas veces, las distancias resultan dolorosas cuando las relaciones madre/hijo-hija se complican de modo tal que hacen difícil la convivencia.
Si nos preguntaran cuál es el don más grande de una mujer, diríamos la “madritud”, esa capacidad de abrigar y dar vida, incluso cuando la situación biológica no lo haya permitido.
Es que hay mujeres solteras que han alumbrado vidas sin la circunstancia biológica del parto. Pienso en tantas religiosas que han sido “madres” sin haber pasado por el embarazo. Y pienso en tantas mujeres solteras que sin haber sido religiosas fueron madres sin tenr que pasar por la experiencia del abdomen pronunciado durante 9 meses.
Pero nos ocupa una fecha, el Día de la Madre, y una reflexión a propósito de un mundo a veces convulsionado, a veces violento sin motivo.
Es en esos momentos en que pienso en lo distinto que sería todo si dejáramos alumbrar, si nos pemitiéramos una especie de asamblea de matriarcas que nos recuerden aquello de llevar la vida dentro de sí.
Han pasado un par de centurias en que nos han hecho creer que mucho pasa por el intelecto, por cultivarlo, por desa-rrollar capacidades que nos permitan ser parte, para ganar dinero, y vivir la fiesta del confort.
Y no hubo en esas centurias incentivos al desarrollo de las capacidades sensoriales, esas que bien saben despertar las madres. Como cuando te hacen escuchar en silencio la lluvia, o te llevan al lado de alguna cacerola para que sientas el aroma de algo rico que se está cocinando, o cuando se toman un tiempo a la noche para leer un cuento y hacernos descubrir un mundo imaginario.
Al mundo le hacen falta madres, muchas, de a racimos, de a multitudes, que coronen las cumbres mundiales con abrazos, que entonen arrullos para pacificarnos. Soñemos y cuidemos a nuestras madres y brindemos por las que ya se fueron.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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