Señorita maestra


En medio del desánimo generalizado, buscamos las razones para que los docentes recuperen el fuego sagrado y sigan enseñando.


En los ´90, se maquilló la Ley que establecía cómo debía ser la educación en nuestro país. Se le otorgó una denominación moderna y se anunciaron una serie de reformas que nunca terminaron de cuajar y que en muchas provincias ni siquiera se pusieron en práctica. Así como esa ley modificó los contenidos que desde entonces debían incorporar los educandos, también se modificaron los contenidos que debían aprender quienes se iban a poner al frente de las aulas. Pese a todas las promesas de excelencia que se formularon durante esa década, la triste realidad es que la educación en nuestro país viene nivelando para abajo y la orden que se baja desde los estamentos gubernamentales es que todos promuevan, que nadie se quede, con lo que las estadísticas poco dicen sobre la calidad de los aprendizajes.
Como en todo, hay honrosas excepciones y podemos constatar en nuestra comunidad a docentes que dejan la vida en el aula por un sueldo de miseria. La docencia los eligió a ellos. Tienen lo que se llama vocación.
Cada 11 de septiembre celebramos el día del maestro y, seguramente, la fecha nos recuerda a alguna “señorita” sin la cual nuestra vida no sería la misma. Porque con esas maestras aprendimos lo básico y lo definitivo. Tan preocupadas estaban en que incorporáramos conocimiento como en que aprendiéramos valores.
Fui alumno en los ´70, una época brava, de libertades restringidas y donde poco se podía decir. Pero las maestras le daban para adelante y su mandato provenía de adentro. Ellas formaban alumnos para que sepan las operaciones básicas, escribir y leer, y también interpretar los fenómenos sociales a partir de algunas herramientas.
Claro que la ecología es un fenómeno muy posterior, pero también había en ellas un sentido de protección del ambiente y realizábamos experimentos para saber cómo se comportaban determinadas plantas ante determinados estímulos. Y lo mismo hacíamos con algunos bichos y sapos.
La escuela era el lugar para el disfrute (estoy convencido de que sigue siéndolo), donde uno aprende a ser miembro de una comunidad, donde gesta sus primeros amigos, donde descubre que puede ayudar y ser ayudado, donde hay unos que saben más y otros menos, y donde hay algunos que tienen más y otros menos. A cada hora cátedra le suceden los hermosos recreos y esos intermedios hacen más llevadera la dura tarea de llenar la “sesera” con conocimientos.
Enseñar, después de todo, es un acto de esperanza y de entrega, una invitación a la utopía, un camino en el que se van enlazando la experiencia y el conocimiento. Y los maestros han demostrado generación tras generación que aquella convicción los mueve.
Ninguna sociedad puede darse el lujo de quedarse sin maestros, ninguna comunidad puede darse el lujo de permitir que sus maestros claudiquen ante las dificultades. Hay en esta región algunos ejemplos de compromiso entre el estado municipal y la escuela que hay que celebrar. Hay que profundizar ese vínculo y hay que comprometer a los padres para que colaboren con la escuela y sus docentes.
Aunque con retraso, ¡Feliz Día, queridos maestros!.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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