Puede parecer cursi, pero la solución a muchos problemas pasa por elegir la visión del vaso lleno antes que la del vaso vacío.
Hay semanas en la vida de las personas en que los acontecimientos parecen amontonarse para hacernos sentir como la “mona”. Situaciones derivadas de la vida laboral, de la familiar, del compartir con amigos que nos hacen pensan en una suerte de confabulación cósmica para que nos sintamos mal.
Pues bien, con esa situación se pueden ensayar explicaciones, ingresar en el terreno del lamento, de la culpa, de la pregunta al ser superior. O también uno se puede preguntar qué hacer con ese dolor y cómo eliminarlo en el mediano plazo.
Porque sucede que cuando uno cree que le pasó lo peor que podía pasar, aparece alguien a nuestro alrededor al que le va infinitamente peor, desde hace tiempo. Las dolencias ajenas no sirven para la comparación pero sí sirven para encontrar mecanismos para salir de una crisis.
El otro que sufre y sale de ese sufrimiento puede ser un disparador de cambios de actitud ante un problema.
Un padre que tiene un hijo que no camina, que no ve, que tiene dificultades motrices, y que no tiene recursos para las terapias más avanzadas puede tomar varias actitudes. Puede quejarse amargamente de su suerte, culpar a Dios por tanto castigo en una indefensa criatura, puede usar esa situación para dar lástima o conseguir compasión.
Eso podrían haber hecho los padres de José Gabriel Quinteros: elegir la postura del vaso medio vacío, la que se queda en la dolencia estéril, la que se queda en el lamento que inmoviliza.
Pero los papás de este pequeño de siete años recién cumplidos eligieron otra cosa. Eligieron ver con amor el problema y con amor salieron a hacer todo lo que estuviese al alcance para darle al pequeño una mejor calidad de vida.
Eligieron bien. Eligieron la vida. Eligieron contagiar optimismo en un mundo acostumbrado a darse por derrotado y fueron esta semana una fuente de inspiración para muchos jesusmarienses que no conocían su historia.
Es frecuente ver a Rosa, mamá de José Gabriel, de un lado para otro. En las clases de equinoterapia, en las de natación, juntando el dinero para viajar a Rosario donde el niño lleva adelante un tratamiento de regeneración de células madre con las que obtuvo progresos notables.
Es frecuente ver a Rosa movilizada y feliz con cada avance por más pequeño que parezca visto desde afuera. Y se nota en José Gabriel que es un niño feliz, que adora cantar, que está aprendiendo a tocar varios instrumentos de oído, pese a sus limitaciones.
Lo mejor de todo es que lo están logrando. José Gabriel comenzó a caminar de a poco hace unos 20 días, lo pidió él solito, y lo hizo con ayuda de un andador.
Ha recuperado la movilidad de su brazo izquierdo y de los dedos de esa mano, se puede erguir mejor, levantar la cabeza, y hablar con soltura ante cuanto interlocutor se cruce.
Es uno de tantos ejemplos que se pueden encontrar de personas que están abrazadas a la vida, aferradas a la esperanza, que no bajan los brazos por ningún motivo, que ninguna circunstancia adversa los desa-nima.
Hay que animarse a ver que afuera hay gente de la que contagiarse. Construir un mundo distinto dependerá de que se multipliquen este tipo de constructores.
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Editorial: Todo pasa por elegir bien

Claudio Minoldo
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