Por: Néstor Scagliotti (Ingeniero. Vecino de Jesús María)
Alentado por el beneplácito de los lectores de mi primera nota publicada recientemente en Primer Día (¿Y qué vienen a ver acá?), decidí redactar esta segunda, en la esperanza de que sea acogida como la anterior.
Comencé a articularla durante una prolongada espera en el Registro del Automotor, donde concurrí para registrar un automóvil O km., en una oficina que dista mucho de ofrecer el confort que merecen quienes asisten a ella.
Es de público conocimiento la cantidad de formularios, declaraciones juradas y documentos que deben llenarse y suscribirse, tanto para la inscripción como para la transferencia de un vehículo.
Inevitablemente rememoré una situación que viví en Nueva York en 1975: Allí me encontraba después de viajar en una Motor Home desde Jesús María hasta Alaska en compañía del arqui-tecto Harold Jäger y su mujer (a quienes no volveré a ver porque fallecieron recientemen-te) y de mi esposa (a quien tampoco volveré a ver porque me divorcié de ella).
Como el vehículo estaba maltrecho después de más de 20000 kilómetros recorridos en gran parte por caminos de cornisa, decidimos desecharlo y retornar a Argentina por vía aérea.
Pero un mendocino radicado en Nueva York, de profesión mecánico, se interesó en adquirirlo con intención de repararlo y viajar con él a nuestro país. Pero ¿cómo transferírselo?. Era condición “sine qua non” radicarlo en EEUU.
Concurrimos con pocas esperanzas y mucha modestia a la oficina pertinente, montada a todo c... (quise decir confort) ya que contaba con numerosa cantidad de butacas tapizadas, aire acondicionado, dispenser de agua fría y caliente(¡Año 1975!) y sanitarios a todo confort (quise decir c...). Al enterarse que éramos argentinos nos destinaron una empleada que hablaba perfecto español y quien nos solicitó sólo la tarjeta verde e invitó a sentarnos.
Al cabo de 20 minutos (¡¡Veinte Minutos en el año 1975!!) nos convoca por altoparlantes a acercarnos a la ventanilla (cuyo número no “puedo” acordarme), nos cobra U$S 4 y nos en¬trega una tarjeta que implicaba la transferencia de nuestro vehículo de Jesús María a Nueva York. Para concretar la venta debíamos firmar dicha tarjeta ante un empleado de co-rreo, que certificaría nuestra rúbrica sin costo y entregarla al comprador.
Sorprendidos e intrigados inquirimos a la empleada quien nos expresó que la computadora requerida había respondido “OK”. La otra posible respuesta era “NO”, que hubiera significado que habíamos ingresado ilegalmente a EEUU, que debíamos alguna multa de tránsito, etcétera.
Retomando mi trámite en Jesús María diré que debí abonar alrededor de 1000 pesos sólo por la inscripción en el Registro del Automotor debiendo retornar después de unos días a re-tirar todos los papeles. Recordé entonces que cuando se creó dicho Registro el gobierno argumentó que era para evitar el robo de automotores (… pausa para desternillarse).
Ergo, su existencia no tiene sentido.
Y mientras esperaba estimé en 5000 personas contratadas en los Registros de todo el país, quienes podrían realizar tareas productivas para ellos y/o su nación, en lugar de vegetar en estériles funciones.
Por otra parte, deben existir unos 800 escribanos que embolsan cifras considerables como titulares de dichos registros.
Ésta es sólo una faceta de nuestra letal burocracia y si no son adversas las críticas frente a mi postura, tal vez me arriesgue a profundizar en mis desencantos y someterlos a consideración de la comunidad.
(Tel. (03525) 401694
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