Un profundo llamado de atención debiéramos poner a partir de lo que viene ocurriendo en el país con mujeres y niñas desaparecidas.
Sin ningún ánimo de sonar sensacionalista, ni paranoico, ni extremamente sensibilizado por lo que acaba de ocurrir con la espantosa muerte de Candela, la intención de estos párrafos es hacer notar que vienen ocurriendo cosas extrañas a lo largo y ancho de Argentina.
Pero también en Colonia Caroya y en Jesús María donde se dieron dos hechos que tienen que ponernos en alerta. El primero de ellos ocurrió en el verano cuando un sujeto intentó claramente secuestrar a una adolescente mientras se dirigía a su casa.
Cualquier finalidad que se le asigne a ese intento de retención por la fuerza hubiese tenido, seguramente, un final poco agraciado para la víctima: abuso deshonesto, violación, o también trata de personas.
El segundo hecho se produjo esta semana y fue comentado en la Policía aunque la víctima no quiso asentarlo como denuncia. Dos desconocidos quisieron hacer subir por la fuerza a una camioneta a una joven.
El caso de Candela Sol Rodríguez elevó a 210 la cifra de chicos desaparecidos en todo el país, según la información que brindó la organización Missing Children, más allá de que después se encontró el cuerpo sin vida de la pequeña.
Pero hay casos emblemáticos como el de Sofía Herrera, la nena de Río Grande que buscan desde septiembre de 2008, o los hermanitos Celeste y Rubén Calvo, o Mariana Monroy, de Lanús, cuya búsqueda data de octubre de 2001.
El más reciente es el de María Cash, desaparecida hace casi dos meses al partir hacia el norte de Argentina desde Buenos Aires, y de la que se perdieron todo tipo de pistas.
Debiéramos refrescarnos la memoria en forma constante para que ninguno de los niños, niñas, y adolescentes desaparecidos caiga en el olvido. Poner la mayor de las solidaridades en el esclarecimiento de estos hechos, que no se naturalice la cuestión, que no pase a ser “cosa de todos los días”.
No debemos como comunidad “acostumbrarnos” a la impunidad con la que operan los depravados, ni los integrantes de las redes de trata de personas.
Por eso, lo más sano es sacar a la luz públicamente que también en nuestra zona pasan cosas raras, que hay gente que vigila a jóvenes y adolescentes de nuestra región, que los dos casos que tuvieron trascendencia pública no fueron los únicos que ocurrieron.
Para que esto no se haga costumbre, lo mejor es abrir la boca, impedir el silencio, salir a denunciarlo. Es la única manera en que se podrá abordar comunitariamente una problemática tan difícil de combatir.
Panorama Deportivo
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Editorial: Tiempo para estar atentos
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