
Por: Marcos Yrazoque (Licenciado en Comunicación Social. Profesor de Lengua y Literatura)
Nos hemos acostumbrado en los medios masivos de comunicación a hablar, criticar, comentar sobre temas como la política, la economía, o algún otro segmento que sólo pareciera que nos importara a un público selecto que abarca a personas mayores, gente relacionada directamente con la política como funcionarios públicos, gremialistas, o algún que otro profesional... y paremos de contar.
Lo que viene sucediendo con la toma de varios colegios secundarios de la Capital federal por parte de los alumnos para exigir a las autoridades competentes a nivel municipal que cumplan con las promesas llevadas a cabo en la gestión del actual jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri, no es un dato que a mi entender tiene que pasar como un conflicto, más en esta Argentina que se nutre día a día de diversos problemas sociales urbanos.
Esta problemática tiene que ser llevada a un terreno amplio donde los diferentes sectores que componen una sociedad puedan debatir las acciones, y las estrategias. En primer lugar, tratando de solucionar las demandas de los estudiantes para que vuelvan a retomar sus actividades, pero también para enmarcar y subrayar que hace muchísimo tiempo que no se observaba en nuestro país un interés tan sorprendente y marcado por adolescentes por defender sus derechos y exigir al estado que cumpla con sus funciones y obligaciones.
En esta aldea global que nos toca vivir y donde todo esta al lance de la mano, nos cansamos de leer, escuchar y opinar que nuestros jóvenes están al limite del abandono y de la perdición, donde las nuevas tecnologías se han apoderado de su mente, cuerpo y alma, donde los diferentes vicios de la noche son moneda corriente y donde la televisión juega un papel tan importante como mediocre que hace que todos aparezcamos hipnotizados y que sólo estamos para recibir información como simples muñecos. Nada más justo que hablar sobre esto son las palabras de uno de los últimos escritores vivos que tenemos y con casi un siglo de vida, Ernesto Sábato, cuando dice: “Vivimos en una sociedad anestesiada”. Así, cuando se mira la forma de organización de estos centros de estudiantes porteños, el léxico con que se expresan, la manera de dirigir a un grupo, el o los objetivos que buscan llevar a cabo y que, a la vez, no es que estén haciendo un show para un determinado programa de cable, sino todo lo contrario: tienen el apoyo de sus padres, de algunos docentes y es esa muestra de acompañamiento la que los hace más fuertes para sus reclamos. Ese enumerado de cuestiones hace sentir que todavía no está todo perdido sino que es el comienzo de algo nuevo en materia política.
En la vereda del frente se encuentran los diversos sectores que con una posición más conservadora -por no decir ultraconservadora- ven a estas agrupaciones como un sinónimo de pérdida de tiempo, o que se busca un solo fin, perder días de clases, y gritan a los cuatros vientos que todo está politizado. ¿No son los mismos personajes que expresan la perdición de los jóvenes? ¿No son los mismos que piden un cambio generacional de políticos? ¿No será que para algunos es mejor que los adolescentes estén distraídos y de esa forma seguir haciendo política para algunos pocos?
La idea no es querer ser apocalíptico ni tampoco querer volver tres décadas atrás, porque ni el más retardado quisiera volver a esos años de tanta sangre derramada en nuestra patria, aunque cabe de aclarar que son tan torpes algunas medidas tomadas desde la gestión de Mauricio Macri, que se ha pedido una lista negra de los estudiantes que llevan adelante esas medidas de fuerza.
El mundo cambió y las manifestaciones sociales también han producido una vuelta de rosca. Por eso, cuando estos chicos piden por mejores instalaciones para estudiar, que el presupuesto sea para arriba y no un recorte, o la salida de algún directivo por mala gestión.
Hay que tomarlo como es y festejar que haya una nueva generación con ideales y que en esta Argentina se vuelva hablar de política pero de una verdadera política desde abajo, desde las bases, porque los países serios con democracias fuertes han podido llevar adelante sus acciones gracias a una buena participación social de todos sus actores sociales.
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