Esta semana se agitó un debate en torno a las imágenes con las que la comunidad dice o no identificarse. Vale la pena reflexionar sobre los contenidos más profundos que encierran las etiquetas sociales.
Jesús María es más que el Festival de Doma y Folklore. Es más que la Estancia Jesús María. Es más que la costanera del río. Es más que las vías del ferrocarril. En definitiva: es más que sus aspectos monumentales, que sus construcciones sociales, que sus variables geográficas y que el tendido de obras de infraestructura y comunicación.
Válido sería decir que toda definición en torno a una comunidad no debe incluir exclusas y que la palabra que mejor le cabe a un intento por definir es “también”.
Porque Jesús María es también el Bar La Gloria, cuyo retrato mereció el primer premio en un concurso de fotografías. Jesús María es también sus paredes repletas de graffittis. Jesús María es también la carita sucia de una mocosa que sueña en un barrio marginal.
El problema se plantea cuando el que define pretende excluir todo aquello que lo avergüenza, todo aquello que le duele, todo aquello que lo empequeñece como comunidad.
Y quizás sea en ese reconocimiento de pequeñez desde donde se pueda partir para definir a una comunidad. Quizás sea desde ese reconocer que falta camino por recorrer y que la “justicia social” sigue siendo asignatura pendiente donde podamos iniciar el camino de una construcción comunitaria.
De una comunidad donde hay pobres y ricos, donde hay interesados y desinteresados, donde hay comprometidos y apáticos, y donde hace falta una sinergia que saque lo mejor de todos noso-tros para lograr la mejor de las comunidades posibles.
Lamentablemente, los territorios digitales son territorios de cobardía, de anonimato, de tirar la piedra y esconder la mano, de decir sin compromiso, de argumentar sin argumentos, y de descalificar al otro por lo que piensa.
Desde los territorios digitales (redes sociales, portales de información) resulta muy difícil la construcción de lo distinto porque hace falta el encuentro cara a cara, la mirada a los ojos, y distinguir los tonos de la voz en la búsqueda de consensos.
Y la verdad es que el debate sobre la “identidad” jesusmariense no puede construirse detrás de una computadora conectada a internet. Cualquier intento por generar un debate en esos términos queda severamente cuestionado.
En tal sentido, consentir que se apele al agravio, a la injuria o a la calumnia desde los territorios digitales transformaría a sus administradores en cómplices de tan ruines actitudes.
Es hora de reconocer que Jesús María es, monumentalmente, más modesta que cualquier ciudad de Europa, menos moderna que la mayoría de las ciudades de Estados Unidos, y hasta menos avanzada que muchos municipios de provincias vecinas como Santa Fe y Buenos Aires.
La comparación con otras ciudades debería servir para plantear nuevos puntos de llegada, nuevas metas. Hasta ahora, nos hemos solazado de compararnos con comunidades que manejan menos recursos económicos y cuyas administraciones llevan varios años de atraso.
Adentrándonos en el territorio de los sueños, es de esperar que los barrios marginales tengan las mismas oportunidades que los barrios altos.
Para eso, hará falta un mayor compromiso de la corporación política que no ha demostrado grandes avances en tal sentido, aunque muchos esfuerzos estén orientados a ello. Hace falta una ciudad orgullosa de hasta el último de sus vecinos.
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Semanario Primer Día
Editorial: La construcción de la identidad

Claudio Minoldo
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Muy buena reflexión. . . Felicitaciones!
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