
Por: Adrián Giorgio (Estudiante de Letras Modernas, UNC)
“Dame tiempo, no puedo contarlo todavía”, dijo y echó su dorada melena hacia atrás. El otro lo contemplaba hundido entre numerosos almohadones: era hermoso y lo amaba, sin embargo, ya estaba harto de sus pretextos. “Eso dijiste desde que nos mudamos acá. Hace ya diez años de esto. ¡Diez! Yo no puedo esperarte una eternidad, no puedo”, exclamó y volteó, dándole la espalda. El de los pies ligeros se reincorporó y se le arrimó. “Es imposible ahora –decía mientras acariciaba su hombro- Las cosas están complicadas. Pensá en los mirmidones”. El otro intentaba contener las lágrimas. “No son ellos. Es esa bruja lo que te preocupa. Te hipnotizó”, dijo y le quitó la mano de encima. Se dirigió a la salida de la tienda y echó un vistazo: el mar mecía suavemente las embarcaciones y los sueños de los hombres, sólo una fogata permanecía encendida. “Yo no te importo”, exclamó finalmente. Hacía tiempo que lo pensaba, aunque jamás se había animado a decirlo. “No seas extremista. Me importás muchísimo. Pero para vos es fácil decirlo. Lo blanqueamos y punto. En cambio para mí…”. Entonces el otro estalló. “¡Ah, es eso! Yo soy muy poca cosa para vos- estaba rabioso- Claro, el señor no puede quemarse así. Él es el gran hijo de Tetis y Peleo, el héroe de todos. Y yo… yo… escoria”, gritó y escupió sobre el glorioso escudo (¿labrado por Hefesto o comprado a los coreanos?). “Me cago en vos y tu fama”. El de los pies ligeros meneaba afligido la cabeza: la escena lo martirizaba. “Amor tibio el tuyo- proseguía el otro- Te importa más lo que puedan rumiar los sátiros de tus amigos, esa manga de borrachos, brutos y mujeriegos- su tono se volvía muy agudo por momentos- Encima tus viejos que se meten. Es tu vida che. Y lo lamento por Tetis, que es un amor conmigo, una diosa”. Aquiles se aproximó y quiso abrazarlo, pero él lo rechazó. “Salí, ahora no quieras arreglar las cosas. Andá, volvé con la putita de Briseida, toda la campaña se la pasó y vos todavía la defendés. Andá, andá. Si eso te hace feliz. Pero sabe una cosa, querido. Yo no soy un trapo sucio con el que te limpias el culo, un juguete. Ya te vas a dar cuenta. Ciao”, vociferó y se marchó iracundo.
Aquiles lo dejó irse. En ese estado, no tenía sentido que le hablase. Ya lo haría después, cuando los ánimos se hubiesen apaciguado. Se echó sobre los almohadones y pensó que todo se solucionaría por la mañana. Pero no fue así: al día siguiente, Patroclo robó la armadura de su amante y se inmoló ante Héctor.
Me encantó!me hizo reír el "Y lo lamento por Tetis, que es un amor conmigo, una diosa”.. Pero me quedé con ganas de más, creí que seguía, estaría bueno para una obra de teatro. Felicitaciones al autor
ResponderEliminarLo re-publico en FB.
Tere Pemán