La región estuvo en el tapete nacional y no fue por una buena noticia. El hecho de que una joven haya terminado en coma alcohólico debiera motivar un debate.
Comparto la idea que nuestro colega Jorge Parodi deslizó el lunes pasado cuando se conoció que una menor había caído en coma alcohólico después de beberse más de 15 tragos de una bebida con alta graduación alcohólica. Parodi invitó a abandonar la hipocresía de muchos adultos que tienen la costumbre de beber de más desde la juventud y tal conducta la mantienen hasta nuestros días.
Si no interpreté mal, la alusión era bíblica en el sentido de invitar a que arroje la primera piedra quien esté libre de pecados. Una invitación a no levantar el dedo acusador sin ninguna autoridad moral para hacerlo.
No obstante, que entre aquellas y estas conductas –las de beber en exceso- no haya ninguna diferencia no quiere decir que le vayamos a dar una aceptación generalizada y resignada. Porque beber en exceso no sólo entraña un riesgo para la propia salud (Lucía, la joven del coma alcohólico, bien lo sabe y llevará el estigma en adelante) sino para la integridad de los demás. El alcohol levanta las inhibiciones naturales del ser humano y nos transforma en reiteradas oportunidades en imprudentes, temerarios, y hasta en potenciales homicidas.
Mucho se ha escrito y dicho a propósito de este hecho que llegó a todos los canales de televisión, radios y diarios del país y en todos los casos las acusaciones son cruzadas. Unos acusan a los adultos que se desentienden de la responsabilidad de mantener dentro de límites íntegros a sus hijos. Tienen razón.
Otros acusan al municipio porque sus controles son fácilmente esquivables, porque suelen ser insuficientes, y porque se le está escapando una realidad y no puede sujetarla con ordenanzas efectivas. Tienen razón.
También están los que acusan a quienes organizan y promocionan el descontrol. Desde el pibe de 20 años que organiza un concurso para ver quién resiste más una ingesta alcohólica hasta el adulto que consiente en venderle bebidas a un menor de edad dentro de un boliche. Tienen razón.
Un grupo minúsculo acusa también a los agitadores, a esos que se ponen a vivar, aplaudir, incentivar, fotografiar, y levantar en andas a los que ponen en riesgo su salud bebiendo en exceso. Tienen razón.
Y finalmente están los que acusan a la juventud por no saber imponerse límites, los que señalan que a determinada edad uno es grande como para saber que ciertas cosas hacen mucho mal. Y tienen razón también.
En este rompecabezas hace falta juntar todas las piezas y todas las porciones de razón que están repartidas. Para unificar criterios, romper con moldes culturales nocivos, y formular propuestas superadoras en la que nadie tenga que poner en riesgo su vida. Esta no es la sentencia definitiva sobre el tema. Es una invitación a recorrer ese camino entre todos.
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