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Vengo por mi doctorado

El bicentenario de la patria puede ser una oportunidad para pensar lo que alguna vez fuimos como país y lo que aún podemos ser.

Cualquier argentino, que sobrevivió a la confiscación de los plazos fijos durante el primer gobierno de Menem y que, luego, volvió a sobrevivir al corralito financiero de Domingo Felipe Cavallo durante el gobierno de Fernando de la Rúa, debiera ir a la Universidad de Harvard y reclamar su doctorado en economía doméstica.
Claro que hay muchos de esos sobrevivientes pero también hay una andanada de hermanos argentinos que se hundieron en los oscuros años que fueron los ´90 y principios de 2000.
Decimos esto en función de que la patria comenzó a debatir en forma anticipada cuáles son los logros que se supone que debiéramos haber conseguido cuando nos aprestamos a cumplir 200 años desde la Revolución de Mayo de 1810.
Hubo momentos de esplendor en nuestra historia y ascensos vertiginosos a nivel mundial, cuando nuestra economía llegó a estar al lado de las de Canadá o Australia, por mencionar algunas. Queda como esperanza pensar que si una vez pudimos estar tan alto la cimiente para dicho ascenso está en nuestra genética, aunque hoy parezca dormida.
Lo cierto es que visto desde un punto de vista macro, nuestra economía atraviesa una meseta desde hace… ¡60 años! Y la demanda de los ciudadanos es cada vez mayor ante un estado incapaz de producir los bienes y servicios que den respuesta a esas demandas.
No se trata tanto de la voracidad de un estado malévolo que quiere quedarse con la parte gorda de la torta. Tengamos memoria: cuando Menem privatizó las jubilaciones e inventó las AFJP parecía que ya nada podía quedar dentro de la órbita del Estado, pero el resultado fue desastroso. Y ahora, que las jubilaciones volvieron al lugar de donde nunca debieron irse, nos parece horrible.
Se trata de un gobierno incapaz de generar los recursos que satisfagan las necesidades urgentes de los compatriotas que quedaron al borde de todo, incluso de su propia dignidad.
Se trata de un gobierno que se enfrascó en luchas intestinas y que se topó, de golpe, con un enemigo impensado (el campo) que lo hizo desbarrancarse hasta lo más profundo, aunque intenten maquillar los resultados electorales del 28 de junio pasado.
Ocurre que hay millones de argentinos que miran azorados como dos sectores –el estado y el campo- resuelven sus controversias para ver si de una vez por todas pegamos el salto cualitativo que nuestra economía necesita para salir de la meseta.
Condenados a la esperanza y expertos en resolución de crisis (piensen que sobrevivimos también a la crisis del “Tequila” en México en 1995, a la crisis de Brasil en 1997 “Caipirinha”, a la crisis de Rusia del mismo año “Vodka”, y a la de los tigres asiáticos de fines de los ´90) muchos argentinos estamos dispuestos a seguir poniéndole el hombro a la patria.
Por nuestros hijos, por nuestra historia, por cada uno de los próceres que regó de sangre nuestro suelo para que tengamos un destino de grandeza.
La construcción de ese futuro dependerá en gran medida del compromiso que asuma cada vecino, cada ciudadano, en el control de la cosa pública y de los gobernantes de turno.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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