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“Gracias a Dios y mi carácter siempre estuve tratando de ver la parte positiva de la vida”

Edgar Wildfeuer, sobreviviente de los campos de concentración de Plaszow, Mathausen y Auschwitz, ofreció su testimonio durante la inauguración de la muestra “Visados para la libertad” que se habilitó en la Escuela de Suboficiales de Gendarmería Nacional. 

Después de haber vivido el horror uno quiere imaginar que nada de lo que vino después puede haber sido peor
- Por supuesto que no. El problema se planteó cuando se terminó la guerra y uno quedó sólo, sin familia, sin nadie. ¿Qué tenía que hacer?. La verdad, en ese momento uno no tenía una idea clara de lo que sucedía. Después de la guerra, fui liberado en Austria y traladado a Italia donde estaban los campos de refugiados. Trabajé en la administración de un campo que estaba ubicado en el sur de Italia, en la punta del taco, donde se junta el mar Adriático con el Jónico y donde está la bahía de Taranto. El lugar se llama Santa María di Leuca.
Muchas veces íbamos en un camión con varios refugiados a Lecce para hacer compras y cosas así hasta que un día se rompió el camión y nos quedamos en un bar mientras esperábamos su reparación. Al frente, había un gran colegio y de él salieron los chicos porque se había terminado la clase y ese barullo que hacen los chicos cuando salen del colegio me hizo pensar ¿qué hago con mi vida?. Fíjese que a veces un hecho fortuito le abre el camino a uno. Entonces, mandé una carta a un diario que tenían los refugiados en Roma explicando mi situación y ellos, aunque yo no tenía ningún papel para demostrar que decía la verdad, me propusieron rendir la misma equivalencia del bachiller que le ofrecían a los italianos que habían empezado la guerra en 1935 en Abisinia, que era un examen más comprimido, más acelerado. Ahí, se incorporaron unos 18 chicos que estaban en la misma situación que yo, aunque la mayoría no habían estado en campos de concentración sino que habían logrado escapar a Rusia, o lograron esconderse, y por eso no habían podido completar sus estudios. Tuve que rendir el bachillerato en italiano que no era mi propio idioma y después me anoté en la Universidad de Bari y empecé a estudiar ingeniería porque ya era tradición familiar ya que mi padre había sido ingeniero.
En Italia también conocí una chica, también sobreviviente del Holocausto, muy linda y me enamoré de ella. No me daba mucha bolilla y en la lista de pretendientes yo estaba al último pero era muy perseverante. Esa chica pasó la guerra y tuvo la suerte de que sobreviviera su padre y un hermano. El padre tenía en Córdoba una hermana y un hermano. Entonces, ellos se vinieron a Córdoba en el año 1948 y nosotros estuvimos en la comunicación epistolar. Yo mandaba tres cartas y ella me devolvía una. Los padres vieron esa comunicación y preguntaron ¿qué quiere ese joven? y después le dijeron si quiere venir que venga. Cuando me llegó esa venia, dejé todo en Italia y me vine acá donde tuve que hacer todo de nuevo porque no existían los convenios que existen actualmente donde se reconocen estudios hechos en otros países. Así que tuve que ir a Buenos Aires para hacer equivalencias de Bachiller y rendir otra vez las materias que ya había rendido en Italia. ¿Para qué le cuento esto? Porque eso es muy importante para la juventud que tiene que saber que sin esfuerzo no se logra nada porque no era nada fácil para mí pero gracias a eso llegué a lo que soy hoy.

Cuando empezó la guerra ¿usted estaba en el secundario?
- Justamente. En Polonia terminé tres años de secundario y en Rusia hice dos años más. Nada más que ahí el sistema era diferente porque en Polonia entre primario y secundario eran 12 años y en Rusia 10. En Rusia, me correspondía ingresar en noveno año pero ellos me hicieron hacer octavo o algo así. En definitiva, a mi me faltaba un año para terminar los estudios. Y en Italia no tenía ningún papel para demostrar que lo había hecho. Lógicamente, había que rendir y contra eso no había otra cosa que saber.

En Polonia usted hablaba su lengua madre, en Rusia tuvo que aprender el ruso, en Italia el italiano...
- Cuando vinieron los rusos a mi país, mi escuela que era polaca se transformó en ucraniana porque yo estaba en la ciudad del Luow cuando estalló la guerra y antes de eso había habido un pacto secreto entre Hitler y Stalin y se dividieron a Polonia. Cuando Alemania llegó a terrenos que iban a pertenecer a los rusos, estos cruzaron la frontera y ocuparon la parte este de Polonia donde yo estaba refugiado. Mi escuela que era polaca, de golpe y porrazo, se transformó en ucraniana, idioma que ni siquiera sabían los profesores. Al final se hablaba en una jerigonza donde se mezclaba todo. Después tuve que aprender el italiano y el castellano. Además, en Italia trabajaba en la administración de un campo que pertenecía a un inglés. Y aprendí alemán sin querer mientras pasé esa guerra en los campos de concentración.

Una cosa curiosa en alguien como usted es que sonríe mucho. ¿Por qué sonríe tanto?
- Es que busco la parte positiva de la vida porque sino tendría que haberme matado. Me encontré en situaciones muy difíciles. Hasta me dispararon y no salió la bala. En el último campo, estaba al límite, al final de la existencia porque pesaba 40 kilos y no tenía fuerzas ni para moverme. O sea que faltaban días y si no hubiese venido esa liberación no estaría vivo. Gracias a Dios y a mi carácter que siempre estaba tratando de ver la parte positiva de la vida, la pasé bien.
No quiero estar teniendo en mi cabeza ni rememorar esas cosas. Tengo la obligación de hacerlo porque quedé sólo de toda familia, por la memoria de mis compañeros de infortunio que no sobrevivieron. ¿Por qué se cuenta, entonces? Para que esos hechos jamás se repitan -aunque se repiten igual y peor- y cuento eso porque encima hay gente que quiere negar ese holocausto, a pesar de que existe documentación, filmaciones, museos donde estaban  los campos de concentración. Mientras viva la gente que pasó por esa experiencia, tengo la obligación de seguirlo contando, pero no me agrada muy mucho. Yo pienso en otras cosas, pienso en mi familia, mis hijos, mis nietos. Llevé a mi nieto a Polonia para mostrarle dónde viví, dónde estudié, y dónde pasé esas cosas.

¿Sigue insistiendo en que no hay justicia en el mundo?
- Con sólo leer el diario hoy en día ya uno se amarga la vida.
 
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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