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Editorial: Hay que volver a la práctica periodística con honestidad

Un reciente foro de periodistas se planteó la necesidad de ejercer la profesión dentro de un marco de ética que parece perdida.

“La revolución digital derribó el mito de que los periodistas teníamos la verdad absoluta; la audiencia nos interpela permanentemente. Eso es muy difícil de aceptar en el periodismo. Los periodistas estamos acostumbrando a interpelar al poder, pero no a responder a las audiencias, a que nos rebatan, nos cuestionen. Es un cambio muy impactante”, señaló el periodista Sergio Suppo durante el V Congreso del Foro de Periodismo Argentino (Fopea), que durante dos días reunió a periodistas y expertos de comunicación de todas las provincias y otros países en Buenos Aires.
Esa sentencia se puede verificar con sólo ingresar a los blogs o portales de información de los medios de comunicación en los que hay una interpelación permanente de los usuarios respecto de la calidad ética o la capacidad crítica de los periodistas que ejercen en los medios. Con esta revolución digital son los periodistas los que empiezan a no “resistir” un archivo y a estar en el ojo del huracán ante el más mínimo giro en la forma de pensar y de ejercer el periodismo.
Claro que los periodistas que tienen claro su proceder y que no cesan en su esfuerzo por comunicar cada vez mejor a sus audiencias tendrán poco que sufrir esta nueva realidad que impuso la tecnología. Puede que a muchos nos les guste el tipo de periodismo que hacen Jorge Lanata o Nelson Castro, pero difícilmente los puedan acusar de imparciales, de inmorales, de poco comprometidos con la realidad en que viven.
¿Pero qué pasa con los que no tienen la capacidad ni el estatus periodístico de Castro o de Lanata? ¿Quedan excusados por intervenciones en los que queda de manifiesto su supina ignorancia sobre cuestiones elementales de la sociedad? ¿Quedan eximidos de tener una conducta moral y de intentar la objetividad aunque sepamos de antemano que es imposible? ¿Qué pasa con los que hacen ejercicio ilegal de la profesión en el sentido de que se arrogan una matrícula periodística cuando, en realidad, son meros animadores de escenarios donde la noticia pasa por lo freak, lo bizarro, lo insólito, y lo curioso? ¿Qué pasa con los propietarios de los medios que consienten que se haga ese periodismo cada vez menos útil a la comunidad a la que llegan?
En comunidades pequeñas como las nuestras, los públicos no avisan cuando cambian de preferencia: simplemente cambian de canal, o de emisora, o de producto gráfico.
Muchos medios no comprendieron, todavía, que el único capital con el que cuentan es la “credibilidad” y que conforme se incremente ese capital se incrementan las posibilidades de subsistencia.
Claro que no habrá credibilidad que valga si el que la pretende no tiene principios sólidos en su vida personal. No existe un periodista cretino que sea ético en su casa y con su familia. Como somos en la vida cotidiana, somos en la profesión.
Obviamente, que la credibilidad es un capital que se obtiene a largo plazo, no es mágico, ni florece de un día para el otro, pero hay muchos profesionales convencidos de que es el camino que hay que transitar hacia una comunidad donde la comunicación sea un servicio, además de un negocio al que hay que sostener con empeño y con las mejores herramientas de comercialización. Hay un debate pendiente sobre este tema.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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