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San Francisco, patrono de la Ecología


La ecología tuvo a su primer y más fiel defensor en San Francisco de Asís, declarado patrono de la ecología por Juan Pablo II en 1979. El 4 de octubre se conmemora su fallecimiento y es una ocasión para conocer su legado.

San Francisco de Asís jamás hizo una teoría sobre el mundo natural, pero vivió tan singularmente la armonía cósmica, que ha podido inspirar una teoría y una visión singulares del hombre como ciudadano responsable de las cosas y de los seres de la naturaleza.
En su universo mental y existencial no había cabida para la posible contaminación, pues todo en él era armonía y transparencia, respeto y cortesía. El que canta y celebra sinceramente no contamina ni deteriora la naturaleza, sino que ofrece a los otros un modo nuevo de habitar, de ser, de vincularse y de vivir.
Y con ello pone los presupuestos antropológicos más eficaces para establecer sanas y saludables relaciones entre el hombre, sus acciones y la naturaleza. San Francisco no es una teoría sobre el mundo, es una utopía en el mundo. No es un simple recuerdo, es una provocación que pone en crisis la conciencia que vive según los imperativos habituales de una ética del consumismo, del usa y tira.
Su arte de vivir y de estar en el mundo; y con las cosas, es la invitación a crear un diálogo universal más allá de los presupuestos científicos y antropológicos de la subjetividad y de la objetividad, del externalismo y del internalismo, del materialismo y del espiritualismo.
Francisco, antes de acercarse fraternalmente a todos los seres, se liberó del peso del propio egoísmo. Amó lo que no tenía; y lo que no tenía no lo ambicionaba. Por eso, logró la gran libertad y gozó como suyo lo que no poseía, que era todo aquello que le rodeaba. Únicamente el hombre libre y liberado es capaz de descubrir, participar y cantar la vitalidad irresistible de la naturaleza. Sólo personas así traen al mundo una nueva existencia gozosa y una nueva fraternidad cósmica.
La sencillez de San Francisco de Asís y su compromiso con el mundo se pueden descubrir en uno de sus cánticos más universales, el Cántico del Hermano Sol: “Altísimo, omnipotente y buen Señor: tuyas son la alabanza, la gloria y el honor.
Tan solo Tú eres digno de toda bendición. Y nunca es digno el hombre de hacer de Ti mención.
Alabado seas Señor por todas tus criaturas, y en especial por el querido hermano sol, que alumbra y abre el día, y es bello en su esplendor y lleva por los cielos noticias de su Autor.
Y por la hermana luna de blanca luz menor y las estrellas claras que tu poder creó, tan limpias y tan hermosas, tan vivas como son, y brillan en el cielo. Alabado seas mi Señor.
Y por la hermana agua, preciosa en su candor que es útil, casta, humilde. alabado seas mi Señor. Por el hermano fuego que alumbra al irse el sol, y es fuerte, hermoso, alegre. Alabado seas mi Señor.
Y por la hermana tierra que es toda bendición, hermana madre tierra que da en toda ocasión las hierbas y los frutos y flores de color. Y por el aire, las nubes y la calma. Alabado Seas mi Señor”.
Tal vez en tiempos de Francisco, todas estas ideas sonaban a locura. Sin embargo el Santo se adelantó 800 años. Hoy el mundo está en verdadero peligro: las selvas amazónicas disminuyen cada día, los desechos industriales han dañado severamente a la tierra misma, nuestro uso de substancias químicas mata cada día a mas especies de animales y plantas. Hoy el legado de Francisco puede salvar a nuestro planeta. Su herencia es enseñarnos a amar a todas las cosas.
La naturaleza se abre y se da sólo a aquéllos que previamente se han despojado de sí y han eliminado resistencias y opacidades. Francisco, antes de acercarse fraternalmente a todos los seres, se liberó del peso del propio egoísmo. Amó lo que no tenía; y lo que no tenía no lo ambicionaba.
Fuente: extracto del libro “San Francisco y la Ecología” de José Antonio Merino.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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