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Razones para la esperanza

La maternidad trae aparejada consigo situaciones que enaltecen la vital función de las mujeres en un mundo cada vez más enrarecido.

Cualquier pesimista podrá decir a sus anchas: ¿Por qué lo hiciste, mamá? ¿Por qué me dejaste nacer si estábamos tan bien juntos en nuestra simbiosis madre-hijo-espacio-per-fecto? Eso, si desde una concepción fatalista se piensa a nuestro mundo sin arreglo, condenado a las situaciones tristes y dolorosas que vemos a diario.
Pero también es posible formular una visión optimista donde el futuro del mundo se vea transformado por la acción altruista de muchas mujeres y, particularmente, de muchas madres que son capaces de dejar la vida por sus hijos y son capaces de sacrificios impensables.
Tengo la fortuna de pertenecer al segundo grupo de hombres, al grupo de varones que tuvo una madre capaz de enormes sacrificios y que tienen optimismo respecto de que todo puede cambiar.
¿Por qué? Tengo que resaltar que mi madre tuvo el coraje de darme herramientas para la vida, de ayudarme a jerarquizar mi escala de valores y de poner al hombre en el centro de esa escala. Tengo que recalcar que mi mamá fue capaz de señalarme los caminos erróneos y de corregir los pasos equivocados.
Y ya no importa tanto si la metodología que utilizó fue la conveniente. Importa que los valores están, que el conocimiento sobre los malos caminos está, y que el centro de mi vida sigue estando en el hombre. Y tengo que decir que mi mamá hizo lo que pudo con las posibilidades que tuvo a mano, y no lo hizo tan mal.
Si uno llega a la edad adulta y es capaz de formular ese reconocimiento es porque, en el fondo, reconoce la enorme dosis de amor que algunas madres le imprimieron a la educación.
Por supuesto, que hay muchos otros aspectos que entraña ese tipo de crianza, particularmente, en lo que atañe al respeto por el prójimo y a mantener el autoestima en niveles que permitan ejecutar con responsabilidad y confianza las metas que uno se traza.
En este día en que se celebra a las madres, la única dificultad radica en que las palabras no alcanzan para expresar la gratitud que uno tiene, aunque pueda decir “Gracias” de diversos modos y en distintos idiomas. Tal vez lo único prudente sea decir: “Mami, te quiero y que pases el mejor de los días”.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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