Construir estabilidad, credibilidad, programa de gobierno, y planes estratégicos de desarrollo debieran ser los puntos de partida.
La cultura política argentina camina con el pie izquierdo en el sentido de que los actores políticos tienen a la “desconfianza” de la ciudadanía como capital inicial para un proyecto de construcción. Ningún vecino cree que algún político vaya a cumplir con lo que prometió en campaña. Y tiene razones para justificar su falta de fe porque viene de décadas de mentiras, de desengaños, de fracasos, y de ilusiones rotas.
Hasta hoy, escasas excepciones pueden mencionarse entre los que prometieron, por ejemplo, ser honestos o entre los que prometieron desterrar la corrupción y pudieron cumplir con esa promesa. ¿Además de don Arturo Illia, quién más?
Los corruptos están cómodamente instalados dentro del sistema y no nos referimos con esto sólo a los que tienen responsabilidades de gobierno y de gestión. Ya los grupos económicos y hasta algunos medios de comunicación forman parte del entramado de favores políticos y, principalmente, económicos que minan las posibilidades de desarrollo de cualquier país.
Aunque parezca estúpido, se puede responder a la pregunta sobre cómo revertir esta crisis de confianza de los ciudadanos. Y aunque son varias las aristas de la respuesta, la primera sería: “cumpliendo con el programa de gobierno que se prometió”.
Pero se corre el riesgo de quedar como un “tarado” total en la sola formulación de semejante simpleza. Porque nos hemos acostumbrado a que no se hace lo que se dice y los gobiernos se empeñan en que la ciudadanía no se entere de lo que hace mal.
No habrá proyecto que pueda perdurar en el tiempo si no goza de la credibilidad de la población. Salteado ese primer escollo de construcción, la otra cuestión a la que se debería apuntar es a la previsibilidad del país, otro entramado donde el funcionamiento de las instituciones Legislatura y Justicia resultan fundamentales.
Hace falta marcar la cancha de juego, conocer sus límites, y saber que esos límites no se correrán durante el tiempo en que se ejecuta un programa de largo plazo. Leyes que no sean ambiguas y jueces que no interpreten con ambigüedad lo que las leyes dicen, en resumen.
Y el resto es lo que hacen las empresas privadas: planificar el crecimiento, mensurar las pérdidas, analizar los avances de sus programas, corregir las estrategias que no dieron resultado, y distribuir los dividendos entre los dueños (en un país, todos sus habitantes).
Y no se trata de crecer a tontas y a locas sino con una estrategia. Construir las rutas, acondicionar las vías, ejecutar la infraestructura necesaria, planificar el uso de la energía, e incentivar a los que invierten en el país y a los que no transforman su dinero en especulación financiera.
Es lo que han hecho los países que crecieron mucho en una centuria o en dos centurias. Australia sería un buen ejemplo de una nación joven que creció mucho en muy pocos años y, podemos asegurar, los australianos no tienen nada de extraordinarios en relación a nosotros. Damos un ejemplo remoto para que no sea tan doloroso mencionar a Uruguay o Chile, dos de nuestras naciones vecinas.
El bicentenario de la revolución de mayo puede ser un punto de partida para los sueños de millones de argentinos que luchan por un escenario diferente donde haya oportunidades para todos.
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Editorial: Los desafíos del bicentenario
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