Editorial: El ojo del amo engorda el ganado

No hay ninguna organización que pueda funcionar en “piloto automático”. Las que realmente funcionan tienen un líder a cargo.

Desde luego que nada ocurre por casualidad pero tampoco es cierto que todo esté diagramado de acuerdo a un siniestro plan internacional. Eso, sería lo mismo que pensar que excepto unos cuantos maquiavélicos el resto somos un hato de borregos.
Pero sería muy cándido pensar que lo que ocurrió en los ´90 fue producto de una casualidad por la autorregulación del mercado neoliberal. Allí, sí hubo premeditación y una directiva clara para privatizar gran parte de los servicios que estaban en manos del Estado para ofrecérselos a empresas multinacionales gigantescas. Ese entramado trajo aparejado, incluso, un cambio en el uso del lenguaje y esa línea directriz continúa hasta nuestros días.
Así, por ejemplo, las oficinas municipales de Personal (las que trataban con personas) se transformaron en oficinas de Recursos Humanos (se deja de ser persona para ser un recurso más como la pala, la caja registradora, o la resma de papel). Así, por ejemplo, los pobres pasaron a ser personas de escasos recursos o personas con necesidades insatisfechas, o sectores vulnerables, o sectores excluidos. En definitiva, una serie de eufemismos para no decir las cosas por su nombre y para no llamar miseria a la miseria ni opresión a la opresión.
Otro de los términos que comenzó a utilizarse fue el de “gestión” y las paredes se llenaron de leyendas en las que se atribuía algún logro algún político de turno. “Otro logro de la gestión Mongorito Flores”, decían, por ejemplo, las pintadas.
Pero si nos atenemos al sentido primigenio de la palabra gestión, nos topamos con son las “cosas” las que principalmente se gestionan o se administran, no las personas. A las personas, se las lidera, según el consenso generalizado a nivel mundial.
Es decir, yendo al nudo de nuestro planteo, que un municipio puede gestionar la pavimentación de una calle o la construcción de un centro de salud o una escuela pero nunca gestionará a su personal ni a los vecinos de la ciudad. A estos últimos tienen que liderarlos, convencerlos de que la ciudad tiene que caminar en cierto sentido y con ciertas pautas. Pero no sólo eso. Los vecinos y el personal municipal tienen que acceder “voluntariamente” a encaminarse detrás del objetivo que plantee un verdadero líder.
Es necesario, entonces, preguntarse si nuestros gobernantes nos están liderando, si están reparando en nuestras necesidades y en función de ellas diagramando las directrices del crecimiento para que las sigamos en forma voluntaria.
En este sentido, cuán importante resultaría que los gobernantes entendiesen que no puede existir un municipio que funcione en “piloto automático”, sencillamente porque no existe ninguna máquina que pueda obligarnos a realizar ninguna tarea.
Nuestras abuelas (después, nuestras madres) acostumbraban a repetir la frase: “El ojo del amo engorda el ganado”. La utilizaban para señalar que no había negocio que pudiera funcionar si el dueño no estaba presente. Exactamente lo mis-mo puede aplicarse a las organizaciones de la sociedad civil y a las instituciones de la democracia.
Si hay algún vacío en nuestros días es de liderazgo, de construcción de programas de crecimiento, de planificación a mediano y largo plazo. La miopía y la tozudez son, hoy, nuestros mayores enemigos.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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