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Vehículos e intérpretes

Una serie de hechos aparentemente inconexos vienen condicionando el ejercicio profesional del periodista. Cómo modificar la situación se está planteando en diversos foros y encuentros de comunicadores sociales.

¿De qué depende la independencia editorial de un medio de comunicación? De su independencia económica. ¿Cómo se llega a esa independencia? Eso, precisamente, es lo que comunicadores sociales de todo el mundo vienen tratando de desentrañar y también los estudiosos de los fenómenos de masas.
Está claro que difícilmente haya sustitución tecnológica en materia de periódicos, más allá de que crezcan los consumidores de diarios en internet. Pero tan claro como aquello está que los periódicos de papel subsistirán en tanto y en cuanto garanticen a sus lectores confiabilidad y credibilidad.
Y ambas condiciones se logran, aunque parezca paradójico, haciendo lo que recomiendan los antiguos manuales de periodismo.
Consultando diversas fuentes, contraponiendo argumentos, chequeando la veracidad de las informaciones, documentándose a la hora de las denuncias, y muchas cuestiones más que se ven en las cátedras de Periodismo I, II, y III de cualquier Universidad o Instituto Superior no universitario.
Nuestro único capital es la credibilidad. Sin ella, no tenemos producto que ofrecer. Pero muchos parecen haber olvidado ese ABC de la profesión.
En la actual tendencia a poner en el altar al “periodismo ciudadano”, nos olvidamos que el ciudadano común tiene mucho menos acceso a fuentes confiables de información y, paralelamente, una tendencia a moverse por pasiones antes que razones.
Entendamos que “Doña Tota” aporta información complementaria a la que debemos recabar en los ambientes y con las personas adecuadas.
Hay que recuperar la noción de que somos vehículos de la información, que tenemos la enorme responsabilidad de llevar noticias desde el lugar en que se generan hasta donde lo consumen los receptores: el aparato de radio, la tele, o la página del diario.
Pero también nos cabe la responsabilidad de funcionar como mecanismo de control en las actividades que realizan quienes tienen el poder, sean funcionarios, dirigentes, legisladores, o jueces.
Y no caben dudas de que el mejor control se podrá ejercer cuando se deje de depender de las pautas publicitarias del Estado. Cuando se pueda obviar la billetera de la publicidad oficial.
Es un arduo camino el que deberán emprender las empresas de la comunicación para volver a recuperar el prestigio y la credibilidad que le había depositado la sociedad.
Mientras tanto, habrá que rogar para que los periodistas recuperen su rol de vehículos y de intérpretes de la realidad como un servicio esencial.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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