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Una reflexión a partir de los 98 años que cumplió el escritor argentino Ernesto Sábato esta semana.


Esta semana, Ernesto Sábato cumplió 98 años y uno de los periodistas que hizo un repaso de su actuación como literato y como hombre de ciencias describió que el genial escitor padece de un “pesimismo existencial”.
Dicho en lenguaje sencillo, la marcha de la humanidad induce a Sábato hacia la desesperanza. Algo así como que Sábato cree cada vez menos en que la humanidad, por el camino que va, tenga alguna salida.
Cuántos argentinos y no sólo los que llegaron a la edad adulta comparten esa sensación.
Hay generaciones enteras para las cuales la crisis es el único denominador común. No conocieron hasta el momento otra cosa. Crisis en la política, en la economía, en la vida de las instituciones, en las relaciones entre vecinos, en el sistema educativo, entre tantas otras.
Y es común que ese derrotero lleve a pensar que no se puede cambiar lo establecido. Que no se puede torcerle el pescuezo a este destino a veces tragicómico de los argentinos.
Pero ese pesimismo existencial de Sábato se desvanece cuando escribe y alienta a las jóvenes generaciones a ser los artífices de una nueva revolución, sin violencia, pero con convicciones.
Algo de eso trasmitió el escritor, el 18 de mayo de 2004, en ocasión del lanzamiento del Plan Nacional de Lectura y dirigiéndose a los más pequeños.
“Queridos chicos: He venido hasta acá porque quiero hablarles de la educación, de los libros, de la importancia decisiva que tienen en la vida de los pueblos y de las personas, y de la que han tenido en mi vida.
Han pasado tantos años y sin embargo aún conservo el recuerdo de mi escuela de Rojas y de aquel colegio de mi adolescencia donde, igual que ustedes, fui conducido a los umbrales del pensamiento y de la imaginación. Con una mezcla de rigor y de ternura nuestras maestras y nuestros profesores nos enseñaron a buscar la verdad, a la vez que se iba formando nuestro espíritu con valores esenciales. Junto a los saberes que integran la educación básica, ellos nos transmitieron algo de la heroica epopeya del hombre. A menudo nos sentíamos extraviados ante aquellos acontecimientos cuyos motivos últimos, sin duda, sobrepasaban lo que podíamos comprender. Por esos relatos, llenos de peligro y de pasión, lograban suscitar nuestro asombro, que es la piedra angular de la verdadera enseñanza. En aquel tiempo, se forjaron las ideas esenciales que me acompañaron a lo largo de la vida, y se echaron las raíces de todo lo que tuvo que ser.
Por eso he venido hoy, especialmente, para hacerles un pedido: les quiero pedir a los chicos y a los jóvenes, con la autoridad que me dan los años, que lean. Yo también he leído de chico, y fueron los libros quienes me ayudaron a comprender y a querer la grandeza de la vida. Quienes sembraron en mi alma lo que luego los años pudieron expandir. Leía cuanto llegaba a aquellas bibliotecas de barrio, donde primero a través de libros de aventuras, y luego, porque un libro lleva, inexorablememte, a otro libro, a través de los más grandes de todos los tiempos, esos que nos entregan los abismos del corazón humano, y la belleza y el sentido de la existencia.
Leer les agrandará, chicos, el deseo, y el horizonte de la vida.
Leer les dará una mirada más abierta sobre los hombres y sobre el mundo, y los ayudará a rechazar la realidad como un hecho irrevocable. Esa negación, esa sagrada rebeldía, es la grieta que abrimos sobre la opacidad del mundo. A través de ella puede filtrarse una novedad que aliente nuestro compromiso.
Privar a un niño de su derecho a la educación es amputarlo de esa primera comunidad donde los pueblos van madurando sus utopías.
Créanme, es necesario que nos dejemos todos empapar por la utópica búsqueda de una gran educación para nuestros chicos.
Como supo señalar Simone Weil, la tarea de la educación es "preparar para la vida real, formar al ser humano para que él mismo pueda entretejer, con este universo que es su herencia, y con sus hermanos cuya condición es idéntica a la suya, relaciones dignas de la grandeza humana".
Un desafío posible, si los adultos se comprometen.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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