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Dilema


La Lic. Gabriela Clément dejó huellas en la comunidad educativa de nuestra región. Su familia nos honra permitiéndonos publicar en forma póstuma un cuento inédito de su autoría con un manejo delicioso del lenguaje.

“Aprendí a ser maestro. Supe, a edad temprana, la esencia secreta de la sinfonía y la fuerza monstruosa del réquiem. Supe el origen de cada flauta, los movimientos respiratorios para cada especie...”
El hombre, oscuro, apoya la cabeza en el perfil de la ventana. En su frente, cada palabra pensada marca un compás de angustia.
La tarde, aún indecisa, da al cielo ese color terroso que sólo tienen las tardes de los pueblos llanos y rectilíneos.
Es jueves. La niña golpea la puerta de la casa. En su mano izquierda, la flauta.
El maestro sale de la ventana y se dirige a la puerta. La niña entra y se reinicia la ceremonia: los dedos temblorosos acarician los orificios del instrumento. El aire penetra la flauta...entonces, todo es armonía.
“Supe que la música es estudio y trabajo...y esta niña tiene oídos infinitos y su música ¡Dios! su música”.
Con diez años y "oídos duros", según el maestro, la niña viene cada lunes y cada jueves a su clase. Primero, la rígida enseñanza de las claves de sol y de las corcheas, en el papel gris. Los ojos de la niña se iban detrás del sol que aparecía en la ventana. El maestro gritaba y reprendía.
Desde que la niña tiene la flauta entre sus manos, los ojos no se escapan, sólo se entornan y acompañan el sonido como si el roce de los dedos y el aire de la boca fuesen un universo que se construye desde el alma.
La clase termina. El maestro abre la puerta y deja pasar a la niña que intenta mirarlo a los ojos pero, como siempre, no los encuentra.
Aquel fin de semana llovió pesadamente. El aroma de las flores de paraíso y de los charcos aguanosos aplastaban los ánimos. Sólo niños flacos se animaban a estar en las calles.
El lunes encuentra a la niña inquieta.
Espera su clase de música.
Durante la siesta saca la flauta del estuche y busca en ella alguna respuesta que los ojos del maestro le niegan.
Sale, recorre la calle húmeda y la flauta tiembla en sus manos.
Cuando se acerca a la casa del maestro observa que la ventana está vacía del perfil humano. Golpea. No hay respuesta. Desanda, entonces, el camino recorrido.
Dentro de la casa, en la oscuridad, el maestro.
"Estudio y trabajo. Mis dedos, frente al espejo, ensayaron cada flexión; mi nariz y mis labios practicaron el ritmo respiratorio perfecto. Ejercí, con disciplina, las leyes de la interpretación clásica y me convertí en maestro... La niña es aire, sus dedos, sus labios están creados para el encuentro con la flauta, esa longitud de huecos que se anima cuando ella entrecierra los ojos. Es el fin... no sé qué es la música, ignoro para qué la disciplina, el estudio, el trabajo."
Cada lunes, cada jueves, la niña recorre el camino hacia la casa. Repite el preludio de la ceremonia: golpea la puerta, hace temblar el instrumento en su mano izquierda, espera y vuelve.

Sus dedos no han vuelto a rozar los orificios de la flauta.

Gabriela María Clément (1961 - 2007)
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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