Mucho se discutió en la semana respecto de la inserción de la política dentro del sistema educativo de nivel medio. Un debate que da para mucho.
Según nuestro sistema electoral vigente, en algunos distritos algunos jóvenes de 17 años pueden solicitar ser incluidos en el padrón para votar. Realmente, hasta ahora fueron muy pocos los que solicitaron la posibilidad de ejercer este derecho ciudadano en la mayoría de los circuitos donde existe ese privilegio.
Nada hace prever que bajar un año más la edad para ejercer ese derecho, lleve masivamente a esa franja de jóvenes a votar. Hoy, son muy pocos los jóvenes de 16 y 17 años que participan en espacios políticos y no lo hacen no porque no les interese la política sino porque no les interesan los “políticos” que se adueñaron de la “política”.
Tampoco lo hacen los jóvenes de 18 ni los de 19 ni los de 20 o 21 años. Ni siquiera lo hace la franja que hoy pasa los 40. Ni hablar de los que tienen 30.
La “política” en manos de estos “políticos” no interesa casi a nadie. Y no hace falta ser un sociólogo para adivinar por qué.
Pero, sacando de lado el debate sobre si resulta conveniente o no que puedan votar los adolescentes de 16 años, lo cierto es que preocupa que la escuela no esté preparando a los ciudadanos para el ejercicio de su mayor capital que es la capacidad para votar.
Tan preocupante como que la familia sea incapaz de entusiasmar a uno de los suyos para que se inmiscuya en la vida de algún partido político, o de una agrupación que defienda los derechos ciudadanos de algún sector.
Qué está pasando que muchos jóvenes llegan al cuarto oscuro y cierran los ojos y van moviendo las manos al son de “de tin marín de do pingüe” para terminar eligiendo algo que no se quiere elegir.
Y lo que está sucediendo es que nuestra comunidad perdió su capacidad para realizar un “adoctrinamiento” ciudadano, es decir, una preparación para el ejercicio de nuestra condición de ciudadanos: exigir resultados, cumplimiento de promesas, control del gasto público, ordenamiento legal.
Esta semana se escuchaban voces preocupadas por lo que pudieren hacer con la cabeza de esos adolescentes de 16 años. Jamás se había visto una subestimación de las capacidades de esa franja de edad como esta semana.
Una de dos: o no tienen idea respecto de cómo piensa y en función de qué se mueve un adolescente de 16 años, o solamente se han cruzado con adolescentes indolentes que les han hecho creer que la generalidad es parecida a esa que vieron en esos.
Y no son los adultos quienes tienen que creer en ellos. Con lo que ellos creen sobre ellos mismos basta y sobra. Seguramente, los adolescentes de 16 años que se integren a la vida política de su ciudad serán capaces de mostrar la diferencia.
Para muestra, basten los sobrados ejemplos que han dado en Jesús María los concejales juveniles que han sido capaces de generar proyectos interesantísimos sobre distintos aspectos. Es una lástima que los gobiernos no hayan tenido la grandeza de reconocerles el esfuerzo y haber puesto en marcha muchas de las sugerencias que duermen el sueño de los justos en cajones de funcionarios.
El problema sigue siendo lo que vamos a hacer los adultos con lo que esa franja de edad le exija a la comunidad en la que está inserta. No podemos pensar, alegremente, que se agotará su participación en el ejercicio del voto. Ése puede ser el principio de una participación más activa.
Hacen falta militantes de todos los colores, gente que siga alguna doctrina, personas que sean capaces de debatir en profundidad lo que tiene que venir. En esa construcción, los adolescentes de 16 y 17 años no son un botín sino una gran oportunidad para desbancar a esos “políticos” que se adueñaron de la “política”.
Porque alguna vez alguien tendrá que trabajar en serio desde los partidos políticos pensando en el futuro de todos y no tanto en la jubilación de privilegio y el bolsillo propio.
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Editorial: Adoctrinamiento y militancia
Claudio Minoldo
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