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Editorial: Cuestión de metodología

Hacer ruido, molestar, entorpecer, paralizar, o detener parecen ser las metodologías de protesta que mayores frutos rinden hoy.

Si tengo un salario muy bajo, si pierdo el trabajo sin justificación, o si me suspenden por tiempo indeterminado, y al mismo tiempo tengo un gremio que me defienda,  tengo alguna garantía de que mis demandas puedan ser escuchadas y se produzcan los efectos deseados: que me aumenten el salario, que me reincorporen, o que me garanticen la continuidad laboral cuando finalice la suspensión.
Todos esos problemas y todas  las defensas que encarnan los gremios solían tener cierto límite en décadas pasadas, en el sentido de que estaba restringido a la relación patrón-empleado y al sector que se viese afectado.
Pero algo pasó para que aquellas prácticas se modificaran drásticamente. Hoy, lo usual es que un sector que reclama lo haga vulnerando derechos de sectores que nada tienen que ver con sus demandas.
La práctica más habitual es el corte de ruta, una medida con la que los protestantes se garantizan la cobertura mediática. Y lo que parecía una medida que aprovechaban los gremios con mayor poder de convocatoria se fue corriendo a otros sectores.
Todavía están latentes esos 120 días en que gran parte del sector agropecuario se sentó sobre la ruta para mostrar su disconformidad con la resolución 125 que incrementaba notablemente el valor de las retenciones a las exportaciones.
Después de eso, hasta el sector más pequeño, más invisible, sabe que cortando una ruta se logra que la contraparte escuche, reaccione, cambie, o revise su accionar.
Lo que no cambió es la molestia que siguen sintiendo los que ven vulnerado su derecho a la libre circulación, a trabajar, y a que el derecho de los demás termine donde empieza el de uno.
Que no haya confusión: no se trata de una condena sobre el qué de las protestas sino sobre el cómo se llevan a cabo esas protestas. Particularmente, cuando los que encabezan reclamos lo hacen destruyendo mobiliario urbano o patrimonio de la ciudad que es de todos y no del intendente de turno.
Lo más preocupante es que cada vez más se tiende a pensar que las protestas, inevitablemente, tienen que realizarse como el zumbido de los moscardones, aguijoneando la paciencia de otros conciudadanos, creyendo que mi derecho a la huelga está por encima de todo  derecho.
Y aún más grave que todo lo anterior es que a las partes en conflicto les resulte cada vez más difícil emprender un diálogo constructivo en el que los ciudadanos de a pie no nos sintamos rehenes de cada protesta.
¿Habrá algún modo de torcer esta metodología? Por ahora, es sólo un interrogante porque está visto que es la que más frutos rinde. Lo notorio y visible es cuando los que protestan se creen parte de un reality show y montan un espectáculo para venderle a los medios de comunicación, sin meditar en profundidad sobre el fondo de sus reclamos. La protesta-show, sin hilo argumental, podrá ser parte del paisaje noticioso, pero perderá inevitablemente eficacia sino se reflexiona sobre la naturaleza de lo que se reclama.

Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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