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La triste y trágica historia del Patrimonio local


Por: Lucas Contreras *

La falta de visión estratégica y la desvalorización de los elementos culturales en la ciudad de Jesús María esta llevando al abismo al patrimonio local.

Una Comisión de Patrimonio y una Subcomisión de Desarrollo Urbano del Bicentenario dependiente de los virajes del oficialismo local, un estado que restaura una torre centenaria pensando en soluciones esporádicas y no en el largo plazo, y una colección de elementos prehispánicos invaluable perdida en las arcas de un museo, son algunas de las cosas que nos demuestran que para gran parte de la sociedad civil y en especial la sociedad política gobernante, un pedazo de historia es por lejos un inconveniente más que un bien de identidad.
Patrimonio es lo que percibimos y traspasamos en herencia en aras de la continuidad personal o de la comunidad. La imagen del “legado que una generación deja a sus sucesores para que la vida continúe” parece haber perdido validez para el estado municipal, ejemplo es citar dos elementos únicos e invaluables de la ciudad: la Torre de los Cuatro Pétalos o Torre de Gabriel Céspedes y la Colección Arqueológica de Jorge del Prato.
La herencia de Gabriel Céspedes es un ícono de la falta de coherencia general en la cuestión patrimonial. La compleja corrección de las bocas de los desagües pluviales de techo y balcones realizadas el año anterior consideradas remedio se convirtieron en enfermedad. El mal direccionamiento de las bocas de desagüe aporta nuevas condiciones para que la humedad llegue a las paredes del centenario monumento. Inversión económica que, en consecuencia, sólo ha agilizado su ininterrumpido deterioro.
El paso del tiempo es otra variable determinante en la supervivencia o decadencia del inmueble. La extinción de casi un 50% del período del convenio (10 años) en el que el municipio se comprometía a restaurar y dar valor a la Torre limita la esperanza de ver a este edificio restaurado. El silencio de las partes firmantes (el citado municipio y la Comisión directiva del Club “Social” ) demuestra la falta de un plan estratégico continuo y coherente en la restauración de esta joya de la arquitectura, portadora de simbolismo y creatividad. La aún no institucionalizada (en la práctica) función mediadora de la Comisión de Vecinos por el Patrimonio termina por condenar a la inacción a gran parte de los esfuerzos de esta Comisión por restaurar el inmueble nombrado.
La experiencia mundial en cuidado de patrimonio ha confirmado que no se quiere lo que no se conoce y que, con el desconocimiento de los valores de bienes culturales, se inicia su degradación y pérdida. La Torre Céspedes parece estar entonces amenazada por el estado, su inexistente plan general de restauración, inconsulto de los especialistas en patrimonio, y su inacción.
Una nueva variable emerge en la incoherencia reinante sobre la cuestión patrimonial. La instauración de una oficina de los coleccionistas filatélicos, en la sala donde estaba el escritorio de Gabriel Céspedes, ha condenado a que ésta esté cerrada. La histórica oficina de la Torre del ex intendente de Jesús María (1914/1918) queda cerrada en detrimento de la supervisión que gozan los otros ambientes. La intervención de terceros y en especial de miembros relacionados al club “Social” (la contraparte firmante) lleva a la desesperada realidad de una torre librada a la buena suerte.
¿Qué lógica general tendrá este edificio si se restaura?, será acaso una especie de gran conventillo en que cada habitación será la trinchera de algún tipo de interesado en instalarse en este monumento centenario. Con el respeto del gran trabajo filatélico ¿en qué parte del guión del cuento encajan? Al parecer, se han mezclado piezas de dos rompecabezas diferentes.
Otro ícono es la colección de Jorge del Prato. Celosamente guardada al público lo único que se conoce de ella es su inventario y su potencial ubicación en las entrañas de Museo Jesuítico Nacional de Jesús María. La colección de alrededor de 400 elementos, que van desde puntas de lanzas a restos óseos humanos, es consecuencia de años de excavación en los yacimientos arqueológicos de Jesús María y sus alrededores por el arqueólogo amateur Jorge del Prato. La colección adquirida por el municipio a principios del 90, comprada en la agonía de Jorge del Prato y entregada en guarda al Museo Jesuítico Nacional descansa en algún lugar del antiguo edificio hoy parte del Patrimonio de la Humanidad. Curiosamente, por cerca de dos décadas el Gobierno de la ciudad poco le ha interesado esta colección invaluable sobre la vida prehispánica de la zona. La impresionante fuente de información acompañada por tres monografías y material fotográfico de autoría de Jorge del Prato, muestran una compleja sociedad pre colonial sanavirón. El inventario describe desde el uso de la variedad de colores en la pintura hasta posibles festines de canibalismo. Pese a algunos intentos de indagar sobre las consecuencias del paso del tiempo sobre los elementos de la colección poco o nada se saben sobre su estado actual suponiendo por cierto que han estado en el lugar más adecuado. Mientras, sigue siendo la etapa histórica aborigen sanavirón desconocida, ciega a la luz de las elaboraciones teóricas científicas. Otra pieza perdida en la identidad local.
No es curioso que sean pocos los interesados en el patrimonio, es consecuencia de un estado que desde sus jerarquías bajas equipara patrimonio con estorbo. Quienes hoy luchan ven en la protección el conocimiento de la diversidad, valoran un elemento de su identidad, entienden y reconocen que es un deber que tienen como ciudadanos el cuidar e indagar sobre estos y otros bienes.
El activismo ambientalista, hoy impulsado en su mayoría por jóvenes con otra conciencia sobre el mundo, protege los bienes naturales como integrantes de un ambiente natural. La otra “mitad” de ese medio de vida, el cultural, precisa una inserción similar en las diversas esferas sociales. Es hora de que el estado y la sociedad civil lo consideren estratégico.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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