Que si fulanito va primero a dos puntos del segundo, o menganito viene subiendo, forma parte de la cultura de la “encuestitis” que padecen los medios. Pero ¿alguien se fija en las encuestas a la hora de votar?
No. Rotundamente, no. Esa sería la respuesta a la pregunta sobre la influencia de las encuestas en el voto. Entonces, ¿por qué los medios de comunicación se empecinan en publicar encuestas?.
Digamos que está de moda, queda “cool”, forma parte de la tendencia actual de presentar las campañas políticas con una serie de aditamentos que pretenden contribuir a un mayor conocimiento de los lectores.
Pero hay que saber que la validez de una encuesta dependerá, en todo caso, del rigor metodológico y de la cercanía con la fecha de las elecciones.
No es lo mismo realizar una encuesta telefónica (el 40 por ciento de la población argentina no tiene telefonía fija) que una encuesta domiciliaria. Tampoco es lo mismo una encuesta domiciliaria centrada en las grandes ciudades y barrios céntricos que la que incluye pequeños poblados y barriadas humildes.
La diferencia de métodos haría variar el resultado -comparado con lo que en realidad va a ocurrir- en unos diez puntos.
A esta altura conviene saber que a los votantes los mueven extraños designios. Algunos no quieren que el que gobierna concentre más poder y votan a alguno de la oposición, para equilibrar.
Otros votan con convicción ideológica y partidaria, pero son cada vez menos: cerca del 27 por ciento del total de los votantes.
Una minoría vota en contra de “alguien” tendiendo a favorecer con su voto a los que menor difusión de su propuesta tuvieron en los medios de comunicación.
Lo extraño resulta en que un grupo importante de votantes pone en la balanza otras cuestiones que tienen más que ver con las cuestiones personales del candidato que con las ideológicas. No les importa si se comporta como el panqueque, si estuvo con todos y después renegó de ellos, ni analizan sus contradicciones.
Y esto no lo dice ninguna encuesta, aunque sea cierto.
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