
Por: Norberto Marchetto
* Periodista e historiador aeronáutico, Miembro del Instituto Nacional Newberyano.
Aguda reflexión de un lector sobre hechos de la vida cotidiana en las calles de Jesús María.
Domingo 5 de abril de 2009, 19:50 horas; esquina de Tucumán y Colón. Me dispongo a cruzar Tucumán en dirección hacia el ex Banco Bisel. El semáforo está cerrado para aquellos vehículos que vienen por esa arteria (Tucumán) y obviamente abierto para aquellos que transitan por Colón, ya sea para continuar por la misma calle, o para girar hacia la izquierda por Tucumán. ¿Se entiende?
Tanto en Jesús María, como casi en cualquier otro lugar del mundo, en un cruce como ése, el derecho de paso es del peatón, debiendo el conductor del vehículo que se dispone a girar, observar esta circunstancia y respetar ese derecho.
Es una norma general de tránsito y de sentido común. Claro que muchas veces el sentido común es el menos común de los sentidos.
Volvamos al cruce, mi cruce: cuando hube recorrido unos dos o tres metros por la senda peatonal, un automóvil color oscuro, que transitaba por Colón comienza a girar y como yo estoy cruzando, frena muy cerca de mí (¿para asustarme, quizás?) y de inmediato alguien, asomándose por la ventanilla me grita –¡¡¡mirá el semáforo…!!!
Me pregunto: ¿quién le enseñó a ese imbécil las normas de tránsito? ¿ignora acaso que al girar debe dar prioridad al peatón que está cruzando?
De no ser así, ¿cuándo es el turno del peatón para cruzar la calle? ¿cuando se abra el semáforo que autoriza el libre paso por Tucumán? Cualquiera con dos dedos de frente (y eso que dos dedos es muy poco, ¿eh?), se da cuenta que la última opción no puede ser.
Claro que para poder darse cuenta hay que tener esos dos dedos de frente y no la pelambre que caracteriza a un mono y que además se encontraba al volante de un coche oscuro, a las 19:50 horas del 05 de abril de 2009 en las esquinas ya mencionadas.
Algunas conclusiones
Por propia observación llegué a la conclusión que la mayoría de los conductores –no todos afortunadamente- ignora o no acata la obligatoriedad de ceder el paso al peatón, máxime cuando éste transita por la senda peatonal.
El peatón tiene prioridad SIEMPRE y respetar esa prioridad también forma parte de lo que es saber conducir.
No todo es apretar el acelerador irresponsablemente.
Pero la actitud del energúmeno del domingo 5, que se cree omnipotente porque le puede tirar el coche encima a un transeúnte y frenar a centímetros de él, no es única.
A diario tropiezo con esos representantes de la fauna y más de un capot o un techo recibió mis puñetazos y cierta puerta alguna patada y a fe que jamás di con alguien que reconociera su error de concepto.
Al contrario, todos se enojan, me insultan, me tratan de viejo (y aquí agregue el lector el calificativo que se le ocurra) y hasta hubo uno que me trató de suicida.
Sin embargo, durante los años 2006, 2007 y 2008 residí, con algunas intermitencias en España, donde, asombrado, experimenté lo que es vivir fuera de la jungla y dentro de un respetuoso orden, no solo en el tránsito, sino en todas las expresiones de la vida cotidiana, algo que pude comprobar, además del pueblo en el noroeste del país, donde tenía mi domicilio, también en grandes ciudades como Madrid y Barcelona, por citar algunas y hasta en el vecino Portugal.
Y no hace falta ir a Europa para encontrar un mundo civilizado. Desde Argentina basta con cruzar el charco o la cordillera y se verá como son las cosas en Uruguay o Chile. En cualquiera de los dos países el respeto por los demás forma parte de la vida diaria. Como debe ser.
Pero aquí no es así. Todos conducen con prepotencia, creyendo tal vez que por encontrarse al volante de un vehículo automotor son más importantes que los que andan a pie.
Sobre derechos y deberes
El conducir un vehículo no da derecho a ser dueño de la calle, ni tampoco a creérselo, porque con esas actitudes no se hace más que poner en evidencia su condición de pobres diablos motorizados y que, al referirse a los españoles, los califican despectivamente de “gallegos brutos”. ¿Y por casa, cómo andamos?
A la luz de todo esto, tal vez esté llegando la hora en que para extender un registro de conductor no sea necesario poner tanto énfasis en si se sabe estacionar o no, sino exigir que el candidato a obtener ese registro sepa perfectamente cuáles son las normas de comportamiento ciudadano en el tráfico.
Y una vez demostrado que realmente se conocen todas esas normas que la gran mayoría desconoce o ignora, entonces sí entregarle el tan ansiado cartoncito que los habilita a conducir.
Pero también es necesario que las autoridades correspondientes vigilen luego el cumplimiento de las normas, sancionando a quienes las infrinjan, por aquello de que la letra, con sangre entra, ¿vió?.
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