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Casablanca - Rick

La inmortal película que protagonizaron en los ‘40 Ingmar Bergman y Humphrey Bogart sigue teniendo su magnetismo y ofrece lecturas sobre valores humanos universales.

Por: Juan Manuel García Escalada (Psicólogo Social y Docente).

Mi amiga Gabriela había escuchado nombrar a la película Casablanca.
“ Llévate el dvd…”, le dije. Me aceptó y, cuando la volví a encontrar, estaba fascinada con esta película del año 1942.
“Quiero volver a verla”… y agregó: “Es para sentarse a charlar”.
Le contesté que me parecía bien, y que se tomara el tiempo de volver a verla.
Por mi parte, he llegado a tenerla en mi videoteca personal. ¿Qué hace que este film realizado sobre la marcha, sin saber cómo sería el final, haya transitado el tiempo social y cultural para transformarse en un “mito” en la historia de las películas?
Casablanca es un compendio de clichés o tips (expresión actual) de estereotipos cotidianos, pero que se ubican dentro de un contexto de amor, misterio, aventura, deseos, libertad y anhelos, donde el “sueño” americano,  la esperanza europea y la milenaria África se conjugan en un lugar: Marruecos.
En ese lugar-espacio donde está el “Americain Rick’s”, hombres y mujeres juegan a esperar, a esperar, a esperar, con certezas y esperanzas, hacia un prometido mundo de libertad.
Hombres que juegan y beben. Mujeres anhelantes y seductoras. Especuladores y aventureros. Pero todos  con el común denominador de la espera hacia la prometida libertad a través de un vuelo que lleva a  Portugal, puerta para América, la soñada.
 Humprey Bogart, es Rick, un personaje frío, distante, con un pasado de contradicciones (no comprometido), pero leal a la hora de la lucha por la libertad.  El capitán francés Renaud (Claude Rains) dirá: “Rick es el tipo de hombre que si yo fuese mujer me enamoraría de él”. Ilse (Ingrid Bergman) lo sabe, y en su interior se relame de placer, pero no lo puede expresar a ese militar de modales advenedizos.
Ilse llega a Marruecos con Victor (Paul  Henreid), su esposo. Ella volverá a encontrarse con Rick, los une la canción que el negro Dooley Wilson cantará: Según pasan los años. Es la pasión vivida.
Ilse admira a su esposo Victor, luchador por la libertad, pero está enamorada y ama a Rick.
La falta a la “cita final” no lo entiende Rick. Ella desparece de esa Francia que llega a ser ocupada por las tropas alemanas en la segunda guerra mundial. Faltó a la cita y él tuvo que irse de allí sin ella.
Rick siente amor, odio, deseo. La sigue amando. Se siguen amando. Se han vuelto a encontrar nuevamente. El destino los ha puesto frente a frente, inesperadamente (como para cerrar las dudas).
Los dos hombres se encuentran. Se miden, se escudriñan y curiosamente, sutilmente, se admiran uno a otro. Cederían su lugar por ella, Ilse.
Pero Rick tiene las llaves (pasaportes). ¿Cómo las utilizará? ¿Qué hará Rick con Victor e Ilse?  Punto aquí.
Casablanca seguirá siendo la película que atraerá a futuros espectadores porque conjuga los estereotipos fundamentales de las emociones humanas. El deseo, lo posible y lo imposible, la certeza e incertezas del sentimiento llamado amor. El sacrificio. El sexo y el no sexo, deseado y sublimado en aras de un bien que dignifique, (la esposa joven que se ofrece y que Rick no acepta, pero la ayuda).
El poder de la libertad frente al atropello alemán. La Marsellesa (liberté, igualité, fraternité) que unifica las voces sin distinción de ideas y razas frente al enemigo en común.
El local de Rick, es un oasis en peligro de secarse. Y allí, en ese lugar, Casablanca, tiene un muestrario de ofertas y demandas que fueron unidas con un hilo de estereotipos, ensamblados con un modelaje que hace que sobre la marcha y sobre la improvisación el director haya construido un film con el tremendo misterio de resistir el tiempo y seguir encantando.

Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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